Apoyado sobre el muro de la recta de meta, Valentino Rossi escrutaba la parrilla de salida de 125. Presos de análisis y telemetrías, no es habitual que un piloto de MotoGP se quede ahí una vez terminado su ‘warm-up’ de la mañana. Pero Valentino quería ver algo y no tuvo problema alguno en contestar al periodista: “A mí el que me gusta es el pequeñín”.
El pequeñín no era otro que Marc Márquez, quien por aquel entonces, en 2010 y con apenas 17 años, volaba hacía su primer título ante el asombro general. Campeón aquel curso, subió a Moto2 en una temporada de transición hasta hacerse con un nuevo entorchado en su segundo año en la categoría media. El pequeñín cumplía etapas al mismo ritmo que -¿adivinan quién?- Valentino.
Así las cosas y siempre de la mano de Emili Alzamora (consejero, amigo y mentor desde que Marc no alcanzaba el suelo desde la moto), Márquez llegó a MotoGP por la puerta grande, directamente a la estructura oficial de HRC, tal y como en el año 2000, con moto pata negra aunque en su equipo Nastro Azzurro, lo había hecho (sí, otra vez él) Valentino.
El paralelismo terminó ahí. El pequeñín apareció como un trueno en la categoría reina. Su irrupción, no por esperada, sorprendió a todos. Compañero de Dani Pedrosa, el eterno aspirante, Marc tardó apenas dos carreras en subirse a lo más alto del podio (Austin, Circuito de Las Américas) para comenzar a batir todos los records habidos y por haber. Siete triunfos después, se ciñó en Valencia su primera corona.
No dejó de crecer tras su explosivo debut. 2014 resultó la temporada perfecta. Consiguió ganar las primeras 10 carreras del curso para completar 13 en el total del campeonato, 14 podios y un doblete nunca visto para un piloto de apenas 21 años.
Coronado bicampeón e imagen absoluta del piloto perfecto, en 2015 comenzaron los problemas. Su moto no chutaba y se convirtió en la diana de todos sus rivales, hasta del que en su momento fue su ídolo, Valentino Rossi. El pequeñín se había hecho mayor, ‘El doctor’ veía peligrar incluso su posición en la historia del motociclismo y ya no era el buen consejero de aquel ‘motorhome’ en Montmeló en 2008, cuando recibió con agrado al quinceañero debutante.
Los enfrentamientos fueron sonados y llegaron a su cénit con aquella patada de Vale en el circuito de Sepang que ya es historia del Mundial. Preso de una irregular temporada, fuera de la lucha por el título y enfrascado en cuitas absurdas, Márquez desvió el objetivo y terminó tercero el campeonato por detrás de Jorge Lorenzo y del italiano, su ídolo ya caído.
2016 fue la temporada del regreso y del nuevo título mundial, quizá el más trabajado para Marc. Con una moto claramente inferior a las Yamaha en el principio de temporada, Márquez se inventó dos victorias en Argentina y Austin que dieron aire a Honda para ajustar la montura a sus necesidades de cara a la complicada fase europea del Mundial.
Sabedor de que no era el más rápido, Marc se volvió calculador. Quería ganarlo todo, pero priorizó el Mundial a las batallas parciales. La aciaga temporada 2015 le había servido de Máster y maduró como piloto. Sólo sumó tres victorias más (Alemania, Aragón y Japón) y volvió a ser campeón del mundo en la temporada en la que menos grandes premios había ganado (5) en su carrera.
Números para el asombro con 24 años. El de Valencia es el cuarto título de MotoGP para Marc en cinco años, el sexto de su vida tras los conseguidos en 125 en 2010 y en Moto2 en 2012. En los últimos cuatro años, sólo se le ha escapado la corona de 2015, en favor de Jorge Lorenzo, lo que da fe de la tiranía y maestría del de Cervera. Con un futuro esplendoroso, el pequeñín ya es el amo del paddock, ya es el campeón perfecto.