En los años noventa empezó a retransmitirse el fútbol latinoamericano en España y no tardó en formarse una tribu de incondicionales trasnochadores. Engullían el campeonato argentino o el brasileño, pero sobre todo esperaban como el maná los partidos de Copa Libertadores, aquella jungla de melenas al viento que toqueteaban un balón a medio trote sobre una pradera con hierba por los tobillos, donde el partido se sabía cuándo empezaba –más o menos- pero no cuándo ni cómo terminaba, y en el que antes, en el medio o después del encuentro siempre había un festival de patadas voladoras. Piñas había de todos los colores, pero a veces se les iba la mano con el surrealismo, como en aquel Colo Colo-Boca del 91, en el que un perro de los carabineros chilenos terminó mordiendo al Mono Navarro Montoya en medio de una tangana sideral.
Más recientes están el América de México-Sao Caetano de 2004, el Cerro Porteño-Palmeiras de 2006 o el Argentinos Juniors-Fluminense de 2011, batallas campales donde se mezclaban titulares y suplentes, policías e hinchas, y donde por encima de todo lo imprevisible mandaba sobre lo normal. O, ya en el colmo del sinsentido, el Superclásico del gas pimienta en la Bombonera, en octavos de final de 2015, en el que hinchas de Boca Juniors agredieron de esa inopinada forma, arrojándoles un preparado picante a los jugadores de River Plate en la salida al césped. Por suerte para el fútbol, la Libertadores, granero de cracks, también se saltaba el guion en la parte de los goles y el resultado, y de ahí salían mayúsculas sorpresas.
Aún retumba en la memoria del futbolero, por ejemplo, la victoria en 2004 del colombiano Once Caldas sobre el todopoderoso Boca de Carlos Bianchi. Y justo en su mejor suerte, los penaltis. Aquello pareció casualidad, pero marcó el inicio de una tendencia a romper la banca. Desde entonces empezaron a hacerse hueco en las finales, e incluso en las placas bruñidas donde aparecen los ganadores en la base del enorme trofeo continental; nombres con poco protagonismo histórico, cuando no ignotos clubes de nombres rimbombantes: Atlético Paranaense, finalista en 2005, Liga Universitaria de Quito, campeón en 2008. Y, desde 2012 hasta hoy, otros seis finalistas inéditos consecutivos: los primeros tres, equipos conocidos mundialmente que sin embargo no eran coperos: Corinthians, Atlético Mineiro, San Lorenzo de Almagro. Después, varios modestos venidos a más: Nacional de Paraguay (uno más entre los muchos equipos de Asunción), Tigres de Nuevo León (del opulento fútbol mexicano, intermitentemente invitado a la Copa –no este año, por ejemplo-), Independiente del Valle (el pequeño equipo ecuatoriano que tocó el cielo con los dedos después de eliminar a los dos grandes argentinos), y finalmente Lanús (que viene de remontarle a River Plate en su cancha del sur del Gran Buenos Aires), que se medirá en la presente edición a Gremio.
La comparación es odiosa si se acude a la base de datos: en los mismos años, los últimos seis, en Europa no ha habido inéditos en la final, sino que se ha repetido la habitual ensalada de nombres clásicos de ayer, hoy y siempre. Hay que remontarse a 2004 para encontrar un finalista debutante: fue el Mónaco. En cifras históricas las dos orillas no están tan alejadas: hay 22 campeones en 62 ediciones de Copa de Europa y 24 en 57 de Libertadores. Hay en total 39 finalistas en Europa por 43 en América. Los presupuestos, o el valor de los planteles en el mercado, si bien son astronómicamente más altos en la Champions, también guardan semejanzas en la desigualdad en el fútbol latinoamericano. Entonces ¿por qué es más proclive la Libertadores a las sorpresas?
Aunque para nada es definitivo, el conjunto de variables y condicionantes arroja cierta luz al dilema.
-El calendario: en el último cuarto de siglo la Libertadores se venía jugando en la primera mitad del año, con las finales en pleno invierno austral. Sin embargo, los años de Mundial o de Copa América se paraba la competición antes de semifinales, durante los dos meses que duraban las concentraciones y las competiciones de selecciones. Y sin ningún remilgo se reanudaba una vez pasado ese tiempo. En esa rareza se incluía el hecho de que en ese agujero del calendario (que coincidía con el mercado de fichajes en Europa) muchas veces se iban volando las estrellas en ciernes. O, si había suerte con la metrópoli, les dejaban esperar a la definición de la Libertadores para emigrar.
Este año ha cambiado el formato, pero el estropicio es mayor a efectos de la competición: se juega a año completo, de marzo a noviembre (sin contar las previas) con lo cual se hace todavía más difícil mantener la plantilla y, ahora sí, los cracks se van a sus nuevos destinos en el verano europeo, antes del pase a octavos. En el éxito va la penitencia: si destacas, te sacan tus mejores armas. Así sucedió este año con algunos de los jugadores más destacados del torneo. Y como si nada, la vida sigue. Lejos de rebelarse, en la Latinoamérica futbolística se mira para otro lado y se acepta la norma. También es cierto que por esa rendija entran las opciones para equipos más modestos pero con un proyecto asentado o que simplemente mantienen el bloque que empezó el torneo, algo que no es nada fácil si tiene en sus filas perlas dignas de ser fichada. El destino de las canteras: sacar diamantes para venderlos al mejor postor y vuelta a picar piedra. El continuo goteo hacia Europa u otros mercados más ricos a veces ocurre después del torneo. Entonces el campeón es desmantelado.
-El gol doble: la Conmebol, órgano que rige la Libertadores, es especialista en hacer cosas extrañas –y no hablamos de dinero, que también, como quedó demostrado en las condenas por corrupción de su cúpula-. Un comité dicta una regla y el resto asiente. Otro gerifalte la cambia al día siguiente y aquí no ha pasado nada. Casualidad o no, hasta 2005 el gol visitante no valía doble en caso de empate en una eliminatoria. Lo hace desde entonces y ha crecido el número de finalistas inéditos; quede el análisis para cada caso particular. Eso sí, y aquí se ahonda en la rareza, llega la final –también a doble partido- y ya no vale doble el gol decisivo, quién sabe por qué. Y para rematar, después de los 180 minutos de la ida y vuelta se pasa directamente a los penaltis, sin posibilidad de prórroga en el caso de que haya empate en la eliminatoria.
-Ida y vuelta: Que la final sea a doble partido nos puede parecer extraño, pero en Latinoamérica es al revés, eso es lo normal y no entienden una final única. Fue imperativo del aficionado de todo el continente el mantener la doble final cuando la Conmebol anunció el nuevo reglamento a partir de este año: los hinchas, soberanos de la locura futbolística latinoamericana, aceptaron el aumento de equipos, la fórmula de los cruces a partir de octavos (ahora a sorteo puro) y hasta los cambios en logos y parafernalias buscando analogías con Europa, pero no aceptaron algo sagrado, su final a doble partido. Poco les durará la alegría. Hace unos días se anunció que desde 2019 la Libertadores se pone el uniforme global y jugará, como en el resto del mundo, una final única con sede preestablecida.
-La hinchada: No es lo mismo un estadio francés que uno uruguayo, uno sueco que uno brasileño, uno español que uno argentino, a ningún nivel, pero especialmente en el calor de la hinchada. Puede sonar a tópico, pero la grada juega, y los partidos se ganan dentro de la cancha pero también en los tablones, como dice cierto cántico argentino. Un dato solo: desde 2009 gana siempre la Libertadores el que juega como local el partido de vuelta.
-La geografía: es sabido que a partir de cierta altitud –unos 2.000 metros- empieza a disminuir la presión, se pierde capacidad aeróbica, se reduce el oxígeno y los pulmones parecen empequeñecerse. Al que no está acostumbrado le cuesta rendir normalmente. Por eso sufren los grandes equipos argentinos, uruguayos y brasileños cuando juegan en estadios andinos. Tanto es así que en su día Blatter amagó –sin éxito- con prohibir el fútbol por encima de 2.500 metros. De todas maneras, el palmarés no refleja tanto el poder de la altitud: en los últimos años solo Independiente del Valle (en el área metropolitana del Quito, a 2.600 metros de altura) y Once Caldas, en 2004 (de Manizales, Colombia, a 2.200 de altitud) llegaron a la final. Pero sí ha habido gestas de pequeños equipos que avanzan contra pronóstico y clubes que tradicionalmente se hacen fuertes en su casa pese al escaso potencial de sus plantillas: ahí siempre están los bolivianos de The Strongest o Bolívar, a los 3.600 metros de La Paz, ahí están peruanos como Cienciano, a los 3.400 de Cuzco, los equipos bogotanos, a 2.600, incluso los mexicanos del DF, a 2.200. No hay altura en Europa ni tampoco las distancias que recorren los equipos en la Libertadores, especialmente cuando está invitado México, y las condiciones de viaje también varían: pese a las mejoras a todo nivel de los últimos años, aún hay que lamentar tragedias por irregularidades, como el autobús volcado de Huracán en Venezuela, o directamente negligencia, como le pasó a Chapecoense, otro club modesto venido a más que iba a disputar la final de la Copa Sudamericana en Medellín y que terminó perdiendo a casi toda su plantilla en el accidente ocurrido hace un año.
-El laboratorio: en plena polémica con los árbitros, la FIFA presionó para introducir el videoarbitraje en la Libertadores. La semifinal de Libertadores –no antes, en fase de grupos- ha servido para probar el VAR antes de dar el salto a las competiciones internacionales europeas –si convence, lo hará el año que viene-. Pues bien, el resultado ha sido un morrocotudo fracaso a tenor de lo visto en el partido de vuelta entre Lanús y River Plate, donde no ayudó, precisamente, en varias jugadas determinantes.
Todos los factores sumados ayudan a igualar la competición y tal vez por ello se mantiene la mística de una competición única, que engancha a un continente entero y, aún, a aquellos que siguen acostándose a mitad de madrugada, aunque ya no haya ni melenas ni hierba alta ni (tantas) peleas. Queda, de momento la imprevisibilidad, para muchos los restos de salsa que quedan en el fondo de la olla del fútbol.