Puede que el ya tristemente célebre caso Weinstein, apellido del todopoderoso productor y acosador hollywoodiense señalado por una larga lista de actrices por abusos sexuales, haya sido el causante de la quiebra de la cultura del silencio. Provocado o no por el Efecto Weinstein, bienvenido sea el fin de la omertá, porque desde hace unos meses venimos conociendo decenas de testimonios y denuncias que han puesto patas arriba el cine, las series, la televisión (la BBC investiga 25 casos de acoso) y, por supuesto, el mundo de la música, que tampoco ha salido bien parado tras los innumerables relatos sobre hechos que, al parecer, nadie denunciaba pero todos conocían.
«Estas cosas siempre han existido, también en el negocio de la música. Ha habido mucha gente quejándose de que algunos publicistas se propasaban, o de algunos de los servicios que se esperaban de los artistas cuando firmaban un contrato», declaró recientemente Tom Jones, que también reconoció haber sufrido acoso. ¿Cosas que siempre han existido? ¿Cosas que todo el mundo sabía que pasaban? ¿Peajes que pagar antes de alcanzar el éxito? ¿Grabar un disco o firmar un contrato tiene precio? Una silenciosa y cómplice normalidad que parece, por suerte, venirse abajo.
Taylor Swift llevando a juicio a un locutor de radio por meterle mano debajo de la falda; Björk detallando el acoso sexual que sufrió por parte del director de cine Lars von Trier; casi dos mil artistas suecas, lideradas por Zara Larsson y Robyn, que denuncian en una tribuna de prensa las agresiones, violaciones y acoso que se sufren en el mundo de la música y se rebelan contra la cultura del silencio en una industria en la que el acoso y las agresiones son «más la regla que la excepción«. Los casos afectan a grupos y artistas como Crystal Castles, Pussycat Dolls, Brand New, Utopians, Kid Rock, Nothing But Thieves o Dirty Project. Hasta Mariah Carey ha sido acusada por su guardaespaldas de acoso sexual.
Llueven las denuncias, y también por parte de las groupies, de las fans. Sería hipócrita e incluso idiota aseverar que nunca hubo estrella del rock que se acostará con una fan. Esto ha ocurrido desde el principio de los tiempos, con bandas locales y con grupos de gran éxito internacional, con artistas que empiezan o con estrellas consagradas. Y si hubo consentimiento y mayoría de edad no hay lugar para la crítica o el juicio; en el relato del Rock, con su parte de leyenda y su parte de verdad, ocurren todas las cosas que nos imaginamos, nos han contado o hemos leído. Y más. Pero lo que no se puede ocultar ni banalizar, lo que no se puede digerir son sucesos como el que sufrió la fan de la banda de metal polaca Decapitated, que denunció el pasado septiembre que sus componentes la habían secuestrado y violado en el autobús de la gira tras un concierto en Washington. Hay códigos que hay que respetar, incluso en Rock.
Lo más preocupante es que todavía hay quienes justifican este tipo de situaciones e insisten con toda naturalidad en la culpabilización de las víctimas, porque son cosas que pasan después de los conciertos, todo el mundo lo sabe, porque aquella chica seguro que sabía a lo que iba, porque esa chica lo buscaba y seguro que no se opuso, como si no existiera ninguna diferencia entre el consentimiento y la coacción, como si entrar en un camerino significara la perdida inmediata de tus derechos, como si fuera sencillo oponer resistencia en solitario ante una jarcia de animales.
Incluso Morrissey, el que fuera líder de The Smiths, declaró hace bien poco que «a lo largo de toda la historia de la música y el Rock hubo músicos que se acostaron con sus groupies. Si repasas la historia, casi todos son culpables de haberse acostado con menores de edad. ¿Por qué no meter entonces a todos presos?». Al menos, de haberlo presenciado, admirado Morrissey, y tratándose de menores, lo mínimo que se puede hacer es denunciar los hechos, porque aquellos que abusan de su poder, los que se benefician de su posición de privilegio o de su influencia para ganar favores sexuales sin asentimiento, no merecen Omertá.
Los medios de comunicación están recogiendo estos sucesos como nunca antes, y es cierto que habrá que contrastar en detalle cada caso, porque se publican nombres y apellidos de los implicados y una patraña puede resultar desgarradora y fatal para el señalado. Pero hay que denunciar y desenmascarar, sin dudarlo y de inmediato, a todo aquel que valiéndose de su situación de ventaja actúe de manera abusiva aprovechándose de los sueños e ilusiones de los que quieren llegar, de los que quieren trabajar o triunfar en el mundo de la cultura y el espectáculo.