Todavía hay quien confunde en su pensamiento a Rusia con la URSS. Al menos en el deporte. A mí me pasa porque me conviene, por todos aquellos éxitos deportivos de un régimen que, de puertas para fuera, siempre se empeñaba en demostrar su excelencia. Pero la realidad es que la selección rusa de fútbol está cumpliendo ahora solo 26 años desde que empezase a jugar con la bandera blanca, azul y roja en 1992. Haciendo cuentas, estaría ante la ocasión perfecta para pasar a la vida adulta en su propio Mundial. Pero con todo de cara, ahora se ve a contrarreloj.
Hace años que Rusia no lo tuvo tan fácil para participar en una gran cita. Comparado con el martirio que la selección nacional tenía que pasar para meterse en cada Eurocopa o Mundial, las maniobras de lobbying para convertirse en los organizadores de la Copa del Mundo de 2018 tuvieron que parecer un juego de niños. Incluso cuando el escándalo de la corrupción del FIFA Gate amagó con salpicar a la candidata electa en 2015, dudo que los rusos pestañeasen. Esta vez, nada iba a interponerse en su camino: Rusia tendría su fiesta de cumpleaños aunque la tuviesen que montar ellos mismos.
Y no es poca cosa. Cabe recordar que los rusos no estuvieron en Francia en el 98, como tampoco se clasificaron para la Eurocopa de Bélgica y Holanda (2000), o los Mundiales de Alemania (2006) y Sudáfrica (aquí no creo que haga falta poner el año). Con el anuncio de Blatter, se abría al fin un paréntesis para meter ahí todos esos sinsabores junto con los sufrimientos extremos de clasificaciones en la repesca, como la que se consiguió en Gales en 2003 con un 0-1 y el posterior grito convertido en mito de Vadim Evseev: “¡Una p…. para vosotros!”.
Evseev era un gregario y un poco basto, pero también era un referente. Porque a pesar de la falta de clase y sobredosis de testosterona, y a veces de lo contrario, como pasó con en el Europeo de 2008, Rusia siempre tuvo a alguien a quien agarrarse. Siempre. Desde el Salenko de los 5 goles contra Camerún en Estados Unidos 94, hasta el Arshavin que alcanzó su cenit en la cita de Austria y Suiza 08. Allí solo la explosión de España se llevó por delante a la mejor generación de futbolistas rusos juntos sobre un campo de fútbol. Sin menospreciar en ningún caso la de Mostovoi y Karpin, ya hijos adoptivos de La Liga.
Pero dos de esos dramas que suceden en el fútbol desmoronaron a la generación Arshavin. En las eliminatorias de repesca para ir a Sudáfrica, Rusia se quedó fuera contra Eslovenia por el valor doble de los goles fuera de casa y en Polonia y Ucrania 2012, acabó tercera en el grupo por detrás de Grecia y empatados a cuatro puntos. Los Pavlyuchenko, Zhirkov, Zyrianov, Ignashevich y, por supuesto, Arshavin, simplemente ya no se levantaron. Resultado: depresión generalizada, desastres en Brasil 14, en Francia 16 y ningún jugador con galones para asumir el papel de líder desde hace años.
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Hoy en día, el aficionado universal reconocerá en la selección rusa a Igor Akinfeev, un portero con eterna cara de niño que sigue siendo muy bueno (no en vano llegaron a compararle con Casillas), pero que al final siempre acaba cabreado con sus defensas. A un oído más entrenado le sonarán también Glushakov, Kokorin, Dzagoev, Samedov, Dzyuba… Buenos futbolistas, pero que nunca terminaron de dar el salto.
Tampoco hay carisma en el banquillo. Ya no están ni el Hiddink del memorable 2008, ni el Advocaat que hizo volar a aquel Zenit que ganó la UEFA, ni Capello que… Bueno, Capello era Capello. En 2016 tomó las riendas del combinado nacional Stanislav Cherchesov, un entrenador tosco de la vieja escuela soviética que encima está peleado con Denisov, una de las pocas figuras que quedan de aquel amago de 2008-2012. En un giro casi poético parece que el centrocampista se quedará sin jugar su Mundial en casa por no pedir disculpas a Cherchesov por una rajada que soltó cuando coincidieron en el Dinamo hace dos años.
Este periodo de apagón futbolístico coincide con el que, quizá, sea el momento histórico en el que menos jugadores rusos militan en las grandes ligas internacionales. Atrás quedaron los tiempos de Kanchelskis (Manchester United, Fiorentina, Manchester City), Alinichev (Oporto), Smertin (Chelsea), Onopko (Oviedo, Rayo Vallecano), Kerzhakov (Sevilla) o los mencionados Mostovoi (Celta), Karpin (Celta, Real Sociedad) y Arshavin (Arsenal)… La representación actual se limita a Denis Cheryshev, ahora en el Villarreal, y a Konstantin Rausch que juega en el Colonia de la Bundesliga. El resto de emigrantes se fajan en ligas menores, pero para la gran mayoría de los rusos, salir fuera ha dejado de ser un estímulo.
Una de las causas de ese inmovilismo es la cantidad de dinero que mueve el fútbol en Rusia. A pesar de orbitar la sexta posición en cuanto a ingresos por derechos de televisión, la Premier League rusa atrae unos capitales ingentes en inversiones públicas y privadas. En vez de exportar producto nacional, la estrategia viró hacia la atracción de talento extranjero a base de rublos y es por eso que se pudo ver bajo la nieve a jugadores como Hulk, Witsel o Danny. La fiebre por traer futbolistas foráneos hizo, además, que se estableciese un cupo de jugadores nacionales que debían estar a la vez sobre el terreno de juego (actualmente son cinco). Así se explica que hoy en día los clubes paguen millonadas a los mejores jugadores nacionales para que ni se planteen salir de casa: Denisov ingresa 4 millones de euros al año en el Lokomotiv; Dzyuba – 3,6 en el Zenit; Akinfeev – 2,5 en el CSKA; Smolov – 2,5 en el Krasnodar (datos www.sports.ru).
Así que Rusia recibe a España este martes (19:45, San Petersburgo) con el gesto torcido. Es un grupo de figuras locales que compite en un campeonato flojo, que no tiene un referente claro que tire del carro y, además, arrastra un bagaje de resultados muy precario. En 2017 sólo ha ganado tres partidos (Hungría, Nueva Zelanda y Corea del Sur), incluyendo una actuación que se puede interpretar como un mal augurio en su Copa Confederaciones este verano, donde no pasó de la fase de grupos. Este pasado sábado también perdió contra Argentina en Moscú (0-1).
De hecho, ahora la situación es tan sombría que la gente se agarra a Vladimir Putin para ver si puede cambiar el curso de los acontecimientos. Si algo sabe la gente, es que el sueño que tenía el todopoderoso dirigente cuando conseguía su ansiado Mundial allá por 2010, no era que el anfitrión llevase la vitola de cenicienta del primer bombo del sorteo a seis meses de que arranque el campeonato. Y el reloj sigue contando.
Top! Gran amigo, gran periodista, mejor persona
Serguei no es malo, un saludo desde Malaga!
Gran artículo. Felicitaciones al escritor del mismo y a la web en general. Da gusto leer buena prensa deportiva, no es fácil encontrarla…
Articulazo. Se echan de menos los textos de este gran tipo.