Con la visita del Málaga hoy al Bernabéu se me viene a la cabeza el 3 de enero de 2012, y no solo porque ese día era mi cumpleaños. La noche se presentaba gélida en la capital española y la atmósfera navideña inundaba el Paseo de la Castellana a medida que iba avanzando rumbo al Bernabéu, para presenciar el partido de Copa del Rey que enfrentaba al Real Madrid, entrenado por Mourinho, y al Málaga de Pellegrini.
En las filas blanquiazules destacaban nombres como Van Nistelrooy, un viejo conocido por la afición blanca, o Santi Cazorla. En el centro del campo junto al asturiano, Toulalán y Apoño, formaba un malagueño de 19 años, Francisco Alarcón ‘Isco’, del que hablaban maravillas, y del que yo tenía alguna pista al haberlo visto por la televisión. Aquella fue la primera vez que tuve la oportunidad de verlo en directo sobre el terreno de juego.
En el momento en el que tocó el primer balón me di cuenta de que el fútbol en su pura esencia corría por sus venas. Su calidad con el esférico me hacía recordar al mismo trato que le daban aquellos chavales que dejaban a todos boquiabiertos en la cancha de mi barrio. Otro de los detalles que me impresionó fue la manera con la que pisaba la pelota, muy característica de los jugadores que se han formado jugando a fútbol sala. Pocos minutos me hicieron falta para darme cuenta de que Isco era un futbolista diferente con una calidad técnica envidiable. Supo interpretar en todo momento el fútbol que sucedía a su alrededor sin dejar de sacar a relucir la clase que atesora.
He de reconocer que siento debilidad por los centrocampistas que son capaces de ver un pase donde nadie es capaz de atisbarlo. Aquellos que saben antes de recibir el balón a quien se lo van a mandar. En un fútbol actual en el que prima el que mete los goles, le doy más importancia a aquel que los fabrica o los regala. Jugadores como el malagueño están cada vez menos a la orden del día, en un deporte que se ha convertido cada vez más físico y que deja menos espacio a la imaginación. Aunque, perdónenme, pero lo de Isco no es imaginación, es magia. Coincido con sus compañeros de vestuario.
Isco impresionó a una afición de paladar exquisito. A tenor de lo que escuché, muy pocos lo conocían. ¨¿Quién es el 22 del Málaga?”, le preguntaba un niño a su padre. “Un tal Isco. Pinta muy bien…”, contestaba éste. A medida que pasaron los minutos su juego no pasó desapercibido para la afición merengue, que murmuraba cada vez que le llegaba el cuero. Su desempeño fue el suficiente para que más de uno se quedase con su nombre, y para que el Málaga se fuese al descanso con un 0-2 que instauraba el estado de excepción en el Bernabéu.
El sacrificio defensivo que ahora muestra no formaba parte de su juego por aquel entonces. Isco ya era pura fantasía, jugando por y para hacer disfrutar a aquel que paga su entrada. Su sustitución por Duda condenó a un Málaga que perdía sujeción y pausa en el centro del campo. Poco después Khedira inició el camino de la remontada, que finalizaron Higuaín y Benzema, en diez minutos de éxtasis blanco y despropósito boquerón.
Lo que pasó durante los años posteriores a ese partido todos lo sabemos. Su ascensión ha sido meteórica, convirtiéndose en el jugador que asombra cada fin de semana a aquellos que disfrutamos con su juego. La promesa se ha convertido en realidad y destella al planeta fútbol con sus pases medidos, regates imposibles y demás delicadezas que regala cada vez que el balón echa a rodar. El jugador que aquella noche de enero levantó murmullos en el exigente Bernabéu, es ahora coreado por esa misma afición cada vez que saca el conejo de la chistera.