Es absurdo endulzar con eufemismos algo que se entiende perfectamente si se define como desastre. Empatar por dos veces contra un equipo azerí que juega Champions por primera vez en su historia, lo es. Sin duda. En toda regla. No deberíamos minimizarlo. Un desastre inesperado pero contundente y explícito. Asumámoslo. Por ahí es por donde habría que empezar cualquier intento de diseñar el futuro. Es necesario saber no sólo dónde está el equipo ahora mismo sino cuántos y quiénes se han quedado a sumar en un momento tan bajo. Hoy es precisamente el día en el que hay que hacer ese balance porque, como dijo una vez John Fitzgerald Kennedy, la victoria tiene un centenar de padres pero la derrota es huérfana.
La noche olía rara cuando, minutos antes de comenzar el partido, la mayoría de los aficionados colchoneros daban por amortizado el partido contra los turcos azeríes y hacían cálculos sobre la clasificación a la siguiente fase de Champions. Una variedad de soberbia que no me gusta y que nunca le ha sentado muy bien al Atlético de Madrid. Paradójicamente, a pesar de ese desdén clasista, se mascaba también cierta ansiedad en el ambiente.
Un frío seco y desagradable se instaló a traición en el entorno del Metropolitano y eso nos volvió a recordar lo poco que sabemos de nuestra nueva casa. Lo mucho que nos va a costar llenarla de sentimiento y lo complicado que va a ser dotarla de una personalidad que nos sirva para ganar partidos. Ahora no es un fortín sino un simple recinto deportivo moderno. No parece evidente que sea un factor favorable y empiezo a sospechar que temporalmente puede llegar a ser incluso desfavorable. Simeone había decidido entrenar la jornada previa en el viejo Vicente Calderón. Los corresponsales avezados mantuvieron que lo hacía por algún tipo de superstición del entrenador pero yo tengo otra teoría distinta. Una que tiene más que ver con las ganas de encontrar referencias sólidas en tiempos líquidos y convulsos. Por agarrarse a símbolos creíbles y conocidos en un momento en el que nos han quitado todos los que teníamos en esa categoría.
Sé que en noches como la de hoy es muy fuerte la tentación de sacar el alfanje y utilizarlo contra los protagonistas que en algún momento han caminado por el césped pero a mí, me van a disculpar, no me sale. No sacaré nombres para colocar en el paredón. Primero porque me parecería injusto hacerlo con unos tipos que lo han dado todo por llevar al Atleti hasta el Olimpo pero también porque creo que el problema es más estructural que particular. Es cierto que de esta manera exculpo injustamente a jugadores como Gameiro o Gaitán que ni están ni se les espera, pero lo prefiero así.
Analizar el empate del Atleti contra el Qarabag desde un punto de vista puramente deportivo es muy sencillo. No salió nada bien. En la primera parte, de hecho, el equipo asiático fue superior en varios tramos. Mucho más intenso que su rival y con una lectura del partido bastante más inteligente, tuvieron la recompensa de ese gran gol de Míchel con el que se fueron al descanso. El Atleti estaba sonado en ese momento. Ido. Hundido. El equipo había estado lento, plano, espeso y con un tono físico ciertamente preocupante. Algo inédito en los equipos del Cholo. Los jugadores llegaban un segundo tarde y eran incapaces de arrebatarle el balón al rival. Era todo tan previsible que desesperaba. La sensación de tristeza que transmite el equipo es terriblemente contagiosa pero cuando llega a la grada se transforma en desesperación con lo que vuelve al campo en forma de sustancia tóxica.
El nivel de bloqueo de la plantilla es superlativo. La falta de personalidad es también muy preocupante y además no aparecen los líderes. Ni los de cuna ni los de nómina. Es obvio que la plantilla necesitó renovar el aire el pasado verano pero la famosa decisión del TAS ha hecho que la atmósfera esté tan estancada que ya huela mal.
Todos esperábamos una reacción en la segunda parte y, más o menos, llegó, pero no por parte de los buenos jugadores (que sería lo suyo) sino por parte de los jugadores buenos. Los de siempre. Esos veteranos cuestionados, que no pasan evidentemente por su mejor momento, pero que son los únicos que dan la cara. Los únicos que se atreven a meter ese balón que los demás no se atreven a meter o que se muestran cuando los demás se esconden. Como ese Juanfrán estrujando sus últimas gotas de generosidad o ese Gabi que lento, limitado y más errático de lo que sería deseable sigue dando la cara.
Llegó un gol de Thomas desde fuera del área pero no fue suficiente. Esa suerte, la del gol, es precisamente la que está escribiendo el epitafio de una temporada que se ensucia por momentos. 32 veces ha necesitado llegar el Atleti a puerta para conseguir un gol. Si llegando 32 veces a la portería de tu rival eres incapaz de ganar el partido me temo que cualquier análisis sobre el juego o la táctica queda en un evidente segundo plano.
Ahora que el Atlético de Madrid se despide prácticamente del sueño de la Champions (sí, sé que no está matemáticamente eliminado pero debería ganar los dos próximos partidos y que Roma o Chelsea pierdan contra el Qarabag) quizá es el momento de hacer una última reflexión. Hay una prueba, muy típica en las escuelas de vuelo, que consiste en tirarte a una piscina de agua dentro de una cabina de piloto. Se trata de un simulador que emula el efecto de tener un accidente aéreo sobre el mar. En el momento del impacto la persona queda bajo el agua, dentro de un compartimento cerrado y completamente aturdida. La velocidad a la que caes, la angustia de la situación y el giro de la cabina hacen que en esas circunstancias no sepas si estás boca arriba o boca abajo, con lo que es muy confuso encontrar la dirección que tienes que seguir para salir del agua. Los monitores te enseñan que en ese momento debes olvidarte de las estimulaciones pasajeras, de los impulsos y de la intuición. Que sólo hay una cosa que funciona. Algo tan sencillo como tener unos segundos de calma, observar las burbujas y seguirlas. Las burbujas siempre viajan hacia la superficie.
Eso es precisamente lo que tiene que hacer el Atleti. Tener unos segundos de calma, olvidarse de los agentes externos, encontrar las burbujas y seguirlas. Después llegará el momento de hablar.
No voy a dar nombres pero Gaitan y Gameiro…venga hombre