Ninguno de los dos aparecía en los pronósticos para alzarse con la Copa de Maestros. Sin embargo, Grigor Dimitrov y David Goffin regalaron un partido más propio de mitad de temporada que del último torneo del año. Un encuentro equilibrado, igualado, con dos jugadores peleones, ambiciosos, apostando por todo aquello que les había llevado a disputar la final de principio a fin, sin correr demasiados riesgos. Un verdadero partidazo.
Dimitrov se defendió bien durante todo el primer set cuando el belga le atacaba, y Goffin, de nuevo dando la sensación de no haber aprovechado del todo ciertas fases de desconexión del búlgaro, fue perdiendo fuelle. Por momentos, parecía muy cansado. Dimitrov abría la pista con el revés para rematar en la red con su derecha y Goffin se fue desgastando en los desplazamientos por toda la pista a los que le obligaba el búlgaro. Goffin aprovechaba algún arreón con su paralelo para dejar clavado a Dimitrov, pero éste parecía mucho más fresco que el belga a la hora de tomar buenas decisiones. Goffin se benefició de un buen primer servicio para salvar varios bolas de set y vimos a Dimitrov pecar de aquello de lo que se le acusa con frecuencia: la cabeza no le responde bien bajo presión. Al final del primer set, Goffin se desinfló y Dimitrov respiró tranquilo, tenía la primera manga en el bolsillo.
El segundo set siguió el curso del primero. Cuando Dimitrov plantaba bien los dos pies sobre la pista del O2, Goffin sufría desde el fondo para devolver los derechazos del búlgaro. Sin hacer su mejor tenis, aprovechaba las oportunidades que le daba Goffin, y el belga, por momentos, regalaba algún saque a pesar de cerrar varios puntos con un buen primero y una buena volea. La resistencia de Goffin se vio recompensaba con varios lujos y con un break cuando iban 3-3 que desestabilizó al jugador nacido en Haskovo. Acusando el golpe, el búlgaro entregó el segundo set en bandeja.
Dimitrov necesitaba su mejor versión para doblegar a Goffin e hizo un sobre esfuerzo en el último y definitivo set. El aguante de Goffin, al menos hasta que las piernas dijeron basta, levantó los aplausos de la grada. Al menos, sabiendo que la final se le ponía cuesta arriba, el belga obligaba a Grigor a terminar los puntos. A correr. A pelear. El trofeo fue para Dimitrov, pero Goffin levantó al público de sus asientos con su rebelión ante los gigantes durante todo el torneo. Un jarro de energía para él de cara a afrontar la inminente final de Copa Davis ante Francia. Dimitrov ha demostrado, por su parte, que se puede contar con él. Supo sufrir en el tercero como nunca, y con un paso más en cuanto a madurar su mentalidad ganadora, podríamos esperar grandes cosas. Por el momento, ya es todo un maestro, que no es poco.