Puede que el estimado lector no lo sepa (yo no lo sabía) pero el pasado 18 de octubre se cerró en Madrid el World Football Summit 2017. Un autodenominado “congreso global sobre la industria del fútbol” en el que diferentes agentes se reunieron para debatir y “generar oportunidades de negocio”. Debo reconocer que tengo poco conocimiento (y escaso interés) por las reglas o conceptos que aplican en esa industria que denominan “del fútbol” pero leyendo la principal conclusión me he quedado preocupado. “Transformar al aficionado en cliente”.
Según el Diccionario de la R.A.E, un cliente es una “persona que compra en una tienda, o que utiliza con asiduidad los servicios de un profesional o empresa”. No creo que existan muchos aficionados que vean los partidos en el estadio sin comprar primero la entrada (o el abono) pero intuyo que se refieren a otra cosa. Me consta, de hecho, atendiendo a la explicación que se dio en el propio Forum: “El futuro pasa porque los estadios sean puntos de encuentro durante toda la semana, que se conviertan en centros de ocio que interactúen con el aficionado y ofrezcan opciones personalizadas”. Acabáramos. Braceando entre los eufemismos de la frase y adaptando el metalenguaje posmoderno a un código legible, parece claro que lo que quieren es vendernos más cosas durante más tiempo.
Entendido. No es que sea mi opción favorita pero hace tiempo que asumí mi condición de minoría en muchas cosas. No me seduce la idea de vivir permanentemente en un centro comercial (que además me imagino con El Despacito como música de fondo) pero tampoco voy a tirarme en mitad de la vía esperando a que me arrolle eso que, con cierta soberbia, denominan el tren del progreso. Ya me buscaré la vida. Siempre podré olvidarme de lo de fuera para quedarme con lo de dentro. Siempre tendré la oportunidad de evitar las luces de neón, siempre podré obviar los concursos de belleza (El Balón de Oro, La Bota de Plata, El Bíceps de Hojalata,…), siempre podré vivir sin adquirir camisetas desgarradoramente feas, siempre podré tomar la cerveza en el bar de la esquina y siempre podré acudir a mi asiento poco antes de que empiece el partido.
¿Pero, y si no es eso lo que están buscando? ¿Y si los Think Tank del fútbol están pensando en tocar lo de dentro para rentabilizar mejor lo de fuera? No sería descabellado pensar así teniendo en cuenta que un cliente atiende mejor a las reglas del capitalismo que un simple aficionado. El primero se adapta perfectamente a los modelos de consumo prefabricados. El segundo, que se mueve por razones sentimentales, suele ser una incógnita. Es mucho más fácil anticipar el comportamiento de los que van a ver a los Globetrotters que el de los seguidores del Rayo Vallecano.
¿Y si en el fondo lo que quieren es que dejemos de ser aficionados?
Acudir periódicamente a ver a tu equipo de fútbol (el tuyo, no vale otro) no es un acto rutinario. No lo es para mí. No lo entiendo como una forma de ocio. No es ir al cine o al teatro, lugares que me encantan pero que no tienen nada que ver. No es algo tan aséptico como ir a ver un “espectáculo”. Una comparación que me chirría y que tengo que escuchar con frecuencia entre los profesionales del balompié. Ir al fútbol es otra cosa. Yo no iba al Vicente Calderón a ver fuegos artificiales, un sonido espectacular, cañitos de poderosa fotogenia o un cuento de ficción. Yo iba a ver al Atleti, que es mucho más importante que todo eso. No creo que sea el único que piensa que ir al fútbol no es acudir a un Parque de Atracciones para atiborrarte de palomitas, colocarte las orejeras de Mickey en la cabeza y comer farfolla mientras te subes a una Montaña Rusa en la que, y esto es lo más importante, sabes de antemano dónde, cuándo y cómo va acabar todo.
A lo mejor no es casualidad que un campeonato como la Liga española fomente injustamente los desequilibrios presupuestarios para así retener a las estrellas que dan “espectáculo”. Comercialmente parece ser irrelevante que esas estrellas estén siempre en sólo dos equipos de la supuesta competición pero eso, que se entiende muy bien desde un punto de vista empresarial o de espectador globalizado, es imposible de aceptar con ojos de aficionado. Sobre todo si lo eres de alguno de esos otros equipos que no existen para la “industria”.
Yo pago. Religiosamente. Mi abono y mi contrato de televisión. ¿Soy cliente? Claro que lo soy. El problema es que además (y primero) soy aficionado. De mi equipo, no de un apuesto señor musculado que mete muchos goles. ¿Trabajan en la sala de máquinas de la “Industria del Fútbol” para fidelizar a tipos como yo? Me temo lo peor.