El domingo me pasé la tarde tratando de ajustar, de improvisar soluciones a los inconvenientes que iban surgiendo de manera imprevista. El guión de actuación y la planificación expresa resultaron accesorios, poco relevantes. Comenté desde mi domicilio el Real Madrid-Barcelona de Liga Endesa para la Cadena Ser inquieto en cuarto creciente por un gran atasco en la carretera, consecuencia de un accidente, que podía dificultarme mi presencia a las 21.00 horas en Movistar para retransmitir el Boston-Toronto de NBA. De nada sirvió el programa concienzudo diseñado varios días antes para un domingo que incluía un viaje, cuatro horas y media de radio en directo y una retransmisión televisiva nocturna.
Durante el Clásico disputado en el WiZink Center tuve que actualizar, interpretar y recomponer la rutina mientras seguía de reojo a través del ordenador las cámaras de tráfico de la carretera que debía tomar para llegar a los estudios de Tres Cantos. Mi agobio convivía en ese instante con procedimientos similares, de superior exigencia, con los que algunos protagonistas del partido desentrañaban claves y superaban trabas de un partido de medidas y desafíos. Algunos protagonistas tuvieron que repentizar y desmentir la premeditación para triunfar, el principal secreto del éxito y la supervivencia en toda circunstancia vital contemporánea.
Rakim Sanders, por ejemplo, presentó todo el músculo y vitalidad disponible para contrarrestar a la sensación del momento. No sirvió de nada, Doncic le derrumbó el argumento de inicio a base de triples. A partir de ahí a Sanders le liberaron bastante de esa carga, que pasó a Hanga, y pudo reubicar su producción en cuanto a la anotación. Sumó ocho puntos determinantes en el último cuarto.
Tavares salió nervioso, con esa incomodidad del tímido cuando sabe que todo el mundo está pendiente de él. Estaba previsto que se cruzara con Tomic y en cinco minutos el caboverdiano falló un tiro, perdió dos balones y permitió siete puntos del croata. En su segundo paso por el partido, ya en la segunda mitad, Tavares salió desprendido de tensiones y provocó tres fallos de Tomic.
Podría Sito Alonso defender que su rotación del último cuarto rezaba en un papel de tinta seca pero, como estratega, lo deja en mucho mejor lugar resaltar la ubicación que le dio a la pareja Ribas-Navarro contra la ausencia de Campazzo y contra la representación de playmaker por parte de Doncic. También su afán de castigo a la fragilidad interior del Madrid con el triple cambio a falta de 03:49 minutos, entregando al parqué a Seraphin y Hanga, frescos para los últimos minutos.
Y dejo para el final a Heurtel. Porque a 41 segundos del final se fue contra Felipe Reyes y falló, acurrucado bajo el aro. En el ataque siguiente siguió el mismo guion, buscando una y otra vez el bloqueo de Seraphin para liberarse de Campazzo y volver a encarar a Felipe. Misma carretera pero distintos tiempos. Esta vez ideó el contacto con el brazo y el costado, previo al paso atrás (fadeaway), una remisión que lo equilibraría para el tiro contra tabla. Justo cuando yo me percataba de que salir de casa un poco más tarde de lo normal me permitiría llegar antes a Movistar, en función de cómo el atasco iba diluyéndose.