El 4 de diciembre de 1870 el Times británico publicó una carta en la que se invitaba a los clubes ingleses que jugaban según los modos del rugby (Rugby-type) a reunirse y definir unas reglas propias que les independizase definitivamente del fútbol Association (Soccer). Un mes después, 21 clubes londinenses se juntaban en un restaurante de la capital para crear la Rugby Football Union y dar origen al mundo del Rugby tal y como lo conocemos hoy. Siguiendo unos conceptos muy férreos sobre tradición, deporte, rivalidad, honor y amateurismo, aquellos clubes ingleses no disputaron competiciones regladas hasta la década de los 70 del siglo XX. Cien años después. Jugaban partidos, sí, pero eran “amistosos”. Encuentros organizados sin motivo aparente y en los que no se peleaba por “nada”, más allá del honor y los valores que cada club representaba. Es por eso que el concepto de partido amistoso en Rugby es muy diferente del que manejamos en el Fútbol. Es por eso que en Rugby no existen partidos más o menos importantes.
El fútbol comercial moderno ha distorsionado el concepto de partido. Sumidos en temporadas eternas, interpretamos muchas veces cada encuentro como simples movimientos estratégicos de una partida de ajedrez. Capítulos basura en una serie de largo recorrido. El esquema puede que funcione en manos de clubes megalómanos, de audiencias masivas y una fuerte dependencia del runrún mediático, pero no lo hace igual en equipos, como el Atlético de Madrid, con otros esquemas, otra exposición y que encuentran su oxígeno en otros ámbitos.
Cuando el equipo de Simeone comenzó la Champions League empatando en Roma, los análisis del entorno rojiblanco no apuntaron al partido en sí, sino a lo que esa “derrota” significaba para el futuro. No pasa nada, dijeron. Bastará ganar los tres partidos de casa. El primer partido en casa, el siguiente, se perdió contra el Chelsea. Volvió a obviarse el presente. Los que no dieron todo ya por perdido para el Atlético de Madrid (actitud muy propia de los nuevos tiempos) enfocaron la vista en lo difícil que iba a ser jugárselo todo cuatro partidos después en Stamford Bridge. Pero el Atleti empató el siguiente partido. Ese que ya se había dado por amortizado. En las benditas tierras de los turcos azeríes. Las miradas volvieron a obviar el partido siguiente (amortizado de nuevo) y se posaron en lo que pasaría en Londres a esa misma hora. Esa era la clave, decían. Pero mientras mirábamos el marcador internacional, el Atleti empataba en casa contra el Qarabag. Lejos de aprender la lección, las huestes colchoneras se arremolinaban ayer a media tarde para ver lo que ocurría en Bakú. Enseguida se supo que allí no iba a pasar nada bueno. Entonces sí, con todo prácticamente decidido, tomamos conciencia de que lo único que teníamos por delante era un “simple” partido contra la Roma.
Y entonces sí, apareció el Atlético de Madrid.
Dijo Simeone que el partido frente al equipo giallorossi se empezó a ganar en el minuto cero, cuando grada y jugadores se juntaron para centrarse en lo único que importa en esto del fútbol. Para, olvidándote de pasado y futuro, ganar el partido que tocaba jugar. Estoy de acuerdo.
El equipo colchonero tardó en asentarse y encontrar el norte. Los fantasmas del presente, la mala situación clasificatoria y los múltiples cambios en la alineación hacían que la tensión fuese evidente. Fallos, imprecisiones y desajustes aparecían como síntomas evidentes del bloqueo que afecta al equipo desde hace varias fechas. Un bloqueo cuyo cerrojo está fuertemente custodiado por esa pertinaz falta de gol que lo condiciona todo. Pero el Atlético de Madrid es mejor equipo que la Roma. Lo demostró en el Olímpico y lo ha vuelto a demostrar en el Metropolitano. Enseguida entendió que el plan de los italianos pasaba únicamente por defender juntos, presionar la salida del balón y lanzar a balones a Perotti en la zona más vulnerable de los de Simeone (la espalda de Thomas, improvisado lateral derecho). El equipo rojiblanco se dio cuenta y generó una vacuna. Después apareció Correa y la pesada monotonía de los minutos anteriores estalló en pedazos.
El Atlético de Madrid estaba siendo mejor pero eso no vale de nada si no tiene refrendo en el marcador del estadio. Por eso el partido contra la Roma aparecerá en la casilla del Debe mientras que otros partidos muy similares aparecerán en la del Haber. El gol es lo que marca la diferencia. No creo que Griezmann hiciese un buen partido. Ni siquiera creo que estuviese mejor que en las últimas fechas pero, ay amigo, el gol lo cambia todo. Especialmente si es un gol inspirado en la mítica Evasión o Victoria como el que nos regaló ayer. Un gol que no sólo servía para ganar el partido sino para expiar también unos cuantos demonios. Hasta un resucitado Gameiro se sumó a la fiesta anotando un segundo gol, digno de delantero europeo.
Paradójicamente, cuando equipo y afición se centraron exclusivamente en un partido de noventa minutos, éste se acabó ganando con solvencia. A un equipo que teóricamente es peor pero que tiene muchas más posibilidades de clasificarse. Deberíamos empezar a tomar conciencia de lo mal que sienta en el universo colchonero eso de fabricar castillos en el aire. Eso de jugar a las apuestas, vivir en la virtualidad y dejarse llevar por el histerismo.
¿Y ahora qué? Pues aprendamos la lección. Seamos un equipo de fútbol Rugby. Al menos en espíritu. Dejemos de sufrir por lo que pueda pasar en otros lugares y afrontemos el siguiente partido como uno en el que lo “único” que está en juego es el honor de la institución. Hubo un tiempo en el que, de esa manera, incluso se ganaron títulos.
Querido Ennio:
Espero que lo de ayer sirva para quitarse de encima esa pesada losa que nos ha acompañado este año desde agosto. No son tan malos como los resultados indican, esto tiene que cambiar tarde o temprano. Ahora lo importante es ganar al Elche en copa, sacar los partidos de liga adelante (aunque sea sin brillo, aunque sea sin goleadas, pero con solvencia) y hacer un partido en Londres como aquel de abril de 2014. Si se trabaja y se quiere, se puede. Y si luego los azeríes nos echan una mano, bendito sea Dios…
Y lo más importante: ya queda menos para enero—
Abrazo