Belasteguín y Lima se han cerciorado de resolver las dudas cuando más preguntas había. Han resuelto el enigma del número uno con la simplicidad que dan las cosas bien hechas. Han revertido una tendencia que parecía poner fin a su legado, o al menos punto y aparte, a base de juego, fe y corazón. Y esos han sido precisamente los ingredientes los que les han permitido arrasar en Argentina, cuna del pádel, para alzarse con el título del Buenos Aires Master.
Porque Bela y Lima sabían de la importancia del último Master del año y se notó desde el principio. Con un juego sin fisuras marcaron el tempo desde la primera bola de partido -por cierto, único error no forzado de Lima en el primer set- para subir un rápido ‘break’ a su favor y marcar cuál sería la senda por la que iba a deambular la final.
Su juego no dejaba espacios, ahogaba a Paquito Navarro y Sanyo Gutiérrez y les obligaba a asumir más riesgos de los que están acostumbrados. Tal era la diferencia sobre el verde de la pista central de La Rural que abrirían la sangría un poco más con otra tempranera rotura hasta subir el parcial a un 0-4 a su favor.
El primer set parecía visto para sentencia, pero dejaría espacio aún para un arrebato de pundonor de Navarro y Gutiérrez. Su efímero ‘break’ al saque de Belasteguín se reflejó a la perfección en el “¡vamos!” del sevillano. Sonó como un estruendo, pero duró poco. Muy poco. Tan poco como el tiempo que tardaron los números unos en devolver el golpe resolviendo con un nuevo quiebre el final de la primera manga para cerrarla por un apabullante 1-6.
Dictada sentencia en la primera manga, Bela y Lima tenían claro cuál era el guión a seguir y de nuevo dispusieron todo para romper a las primeras de cambio el servicio de sus adversarios. La final parecía vista para sentencia con la tendencia impuesto por el brasileño y el argentino, pero tendría aún muchos giros de guión por completar.
Y si así sucedió tan solo fue porque Paquito y Sanyo lo soñaron. No se puede reprochar nada a quien sueña tan fuerte como puede y lo invierte todo en pos de la gloria. Quizá no lo logre, seguramente caiga en el intento, pero hay que tener fe ciega en aquellos que imaginan un mundo mejor y luchan contra lo que parece preestablecido. Los llamen héroes, líderes o simplemente revolucionarios.
Hicieron vibrar a la ya de por sí caliente grada argentina convirtiendo las dudas de su juego en certezas y revirtieron la situación para llegar hasta el cinco iguales. El cambio sustancial de la final era evidente y se reflejaba a la perfección en las dos dejadas por la puerta que inventó Sanyo para igualar el partido. También lo haría en la incontestable respuesta de los números uno.
El encuentro se acercaba a la resolución del segundo parcial y Bela y Lima no pestañeaban. El público demandaba una batalla épica, sus rivales lucían un juego impensable minutos antes, pero a ellos no les temblaba el pulso. Rompieron en blanco el servicio de sus rivales, les pasaron la presión para aprovechar la coyuntura, pero se encontraron con un impensable ‘contrabreak’ tras cuatro bolas de partido a su favor.
El ‘tie-break’ dictaría sentencia y los verdugos no iban a ser otros que los números uno. Con esa envidiable solvencia que demuestran los que conocen cuál es el momento y el lugar indicados y con la determinación que mueve al que sabe cuál es el tren correcto al que subirse, resolvieron la final. . Les costó, sufrieron más de lo previsto, pero acabaron cerrando la muerte súbita con un solvente 4-7.
El efusivo abrazo en la pista, la ‘nadalesca’ carrera de Belasteguín al palco para arroparse en los brazos de su familia y sus posteriores lágrimas cantando ‘olé, olé, olé, soy argentino…” reflejaron a la perfección el porqué de su éxito. El sacrificio. La unión. La confianza. Todo eso que, a veces, en otros falla y que ellos han forjado a prueba de éxitos y fracasos. La base más sólida que explica sus tres años en lo más alto y que una temporada más cierra, casi matemáticamente, el número uno del World Padel Tour.