A Marco Asensio hay que verlo en directo, al menos una vez, tampoco solicito un seguimiento procesional, todavía no. Es en la distancia corta, sin intermediarios catódicos, cuando se aprecia que el chico es distinto, que tiene otra luz, que se mueve diferente, que nació elegante. Hay gente así. Todas esas virtudes se reducen, a través de la televisión, a un detalle que puede ser magnífico, pero que sólo es un detalle. La fascinación que Asensio genera en el Bernabéu se toma, en otros ambientes, por una reacción algo exagerada. Pero no lo es. Ocurre, simplemente, que el estadio no deja de mirar y de asombrarse. Sospecho que, según pasan los años, todos abandonamos la idea de ser directores de cine y nos convertimos en directores de casting.
Asensio, como Isco, aporta ángel y eso es mucho aportar en un equipo desangelado. Se comprende mal que el entrenador no los asigne a ambos el papel de pareja titular, porque a ellos les sobra todo lo que se echa en falta al Madrid, y me refiero, principalmente, a la chispa que prende las hojas secas.
Vean, si no. Durante la primera mitad, el partido parecía destinado a integrar una antología de la desesperación. Cada equipo parecía empeñado en recitar su discurso. Les habrá pasado. Salvo que se preste atención, y no se presta, uno termina por decir siempre las mismas cosas. Y casi en el mismo orden. Los mismos chistes, los mismos lamentos, las mismas obsesiones. La sensación es la de andar por un pasillo estrecho cuando en realidad estamos caminando por campo abierto. Hay quien lo denomina rutina y hay quien lo disculpa llamándolo costumbre. También hay quien se divorcia con la única intención de escuchar cosas nuevas. No sé. Supongo que repetimos las respuestas porque no atendemos a las preguntas.
Al Madrid le sucede últimamente y a la Unión Deportiva Las Palmas le ocurre desde hace más tiempo. Cada uno a su manera ha terminado por ignorar al adversario. El Madrid porque piensa que no lo necesita para subir por la escalera. Las Palmas porque se creyó el mensaje de la taza sin admitir excepciones: sé tu mismo. Así se manejaron unos y otros durante más minutos de los que soy capaz de recordar. El Madrid obcecado en lo suyo y el visitante empeñado en ganar premios al mejor combinado.
El gol de Casemiro alteró el panorama porque el Real Madrid ganó en confianza y a Las Palmas se le rompió la taza. Sin embargo, lo que de verdad transformó el mundo, lo que convirtió el domingo en viernes, fue el gol de Asensio, la estrella fugaz que le salió de la bota izquierda. Es verdad que el balón llegaba insinuándose y es cierto que ocho de cada diez remates parecidos acaban en la Plaza de Castilla. Lo que quieran. Pero apuesto a que quienes lo vieron en directo todavía creen que están en mitad de una lluvia de estrellas en la noche de San Miguel.
Isco completó la fiesta con un gol que le entregó Cristiano Ronaldo después de fallarlo todo; tal vez Ronaldo capte la indirecta que le envían los cielos. Benzema ya empieza a captar la que le manda el público. O se hace sangre y le sale roja o el amor se romperá por no usarlo. Vallejo, que es chico listo, lo ha comprendido a la primera. Se puede jugar mejor o peor, pero en el Bernabéu eso deja de resultar importante si te dejas la piel. O la vida. O el alma.
Gran crónica, Juanma. Felicidades (de nuevo). Que siga así por mucho tiempo. Abrazo.
Un placer leer sus crónicas, maestro. Ellos se lo pierden. Los que no le dejaron jugar, digo. Mucha suerte.
Puede parecer una tontería porque esto al fin y al cabo es solo deporte, pero que echaran a Trueba explica tantas cosas que pasan en el mundo. Porque igual me equivoco, pero estoy convencido de que lo echaron porque al «lector» medio este tipo de crónicas no le convencen…y luego elegimos lo que elegimos, y mandan los que mandan