De tanto en cuanto, conviene preguntarle a un intruso: ¿Y usted qué opina? Y de tanto en cuanto, el intruso tiene razón. O aporta algo, aunque sea mínimo. El desconocimiento de los intrusos suele ser muy instructivo. Mi conocimiento del baloncesto es comparable al de los ancianos que se pasan la mañana mirando obras. Yo, si hablamos de baloncesto, me paso las noches. Y sé tan poco de arquitectura o de resistencia de materiales como los ancianos que supervisan las construcciones civiles. Lo compruebo cada vez que hablo con Iñako Díaz-Guerra; su piedad es reveladora. Para Daimiel soy uno de esos transeúntes que le preguntan por Irving o LeBron y a los que despacha tan elegantemente.
Lo que voy a contar a continuación es cómo vi el Real Madrid-Barça; la novedad es que, en este caso, hablaré de jugadores sin mangas. No voy a extenderme sobre el corte de UCLA ni disertaré sobre el pick and roll. Y será por falta de ganas sino por falta de conocimiento. Hablaré de sensaciones, que es algo muy socorrido porque todo el mundo tiene unas cuantas. Allá vamos.
Mi impresión es que el Real Madrid del Clásico fue un equipo a expensas de Doncic y Campazzo, que son una pareja desigual en lo anatómico, pero coincidentes en lo espiritual: ambos juegan al baloncesto en permanente combustión. Fuera de su radio de acción, el equipo de Laso no tuvo ni acción ni llamaradas. Tiró triples y falló bastantes. Puso gorros épicos (Rudy y Randolph) y se regodeó en algunos mates, pero todo eso son piruetas circenses que no dan de comer a un equipo; además, los dulces provocan caries.
El debut de Tavares solucionó poco. El chico puede desenroscar las bombillas de la Estación Espacial Internacional con solo ponerse de puntillas, pero aún debe ajustar el horario entre su cabeza y sus piernas, que habitan en hemisferios distintos. De momento, no se le puede reprochar su jet-lag existencial; la duda es si el Real Madrid sabrá explotar sus condiciones sin desarrollar su juego colectivo, sin que los bases produzcan y hagan producir.
El Barcelona ha recorrido el camino inverso. Con Bartzokas el equipo sólo funcionaba como banda para fiestas populares. Sito Alonso ha conseguido transformar esa frustración en un deseo irrefrenable por sumar en conjunto. Antes de ser excelente, el Barça se ha propuesto ser coral. Y lo está consiguiendo. Convertir a jugadores de talento en operarios cualificados es una buena manera de acercarse a los títulos.
Campazzo (seis puntos y tres asistencias) y Doncic (20 puntos, ¡una asistencia!) fallaron los dos últimos tiros del Madrid, los que hubieran valido la victoria o casi, y no creo que fuera para darme la razón. La segunda canasta de Heurtel en 20 minutos, anotada al grito de “porque yo lo valgo”, fue la que apuntilló al Madrid, también eso nos da una pista sobre las cosas que pasan, y sigo en modo cuñado.
Lo dicho. Los arquitectos pueden afirmar lo que les venga en gana, pero el edificio de los ladrillos blancos se está levantado torcido. Y ustedes disculpen, pero yo me voy a cenar, que tengo que recuperar fuerzas para seguir inspeccionando obras en Estados Unidos.