Todo se explica desde Cruyff. Nada de lo que ocurre en el Camp Nou, después de la estancia del holandés, tiene sentido sin mirarlo desde su prisma. Especialmente bajo su rol como entrenador. La temporada 1988-89 marcó un punto de inflexión en el Barça. 11 futbolistas de aquella plantilla acabaron convirtiéndose en entrenadores y tres en directores deportivos. De una plantilla de 24, más de la mitad pasó del balón a la pizarra. Y dicen quienes saben, que el más cruyffista de todos es Ernesto Valverde.
Un técnico metódico y trabajador. Como las hormigas, de ahí su apodo de Txingurri (hormiga en euskera). Cuando Luis Enrique decidió marcharse, Bartomeu acudió a él para recuperar la esencia del club: el cruyffismo y el guardiolismo. Valverde se encontró un equipo montado a contrapelo. Con Pep el Barça era tan largo como el ancho del campo. Con Luis Enrique se hizo interminable en ataque y en defensa. No se recuerda un centrocampista, en la última década, que haya corrido tanto como Rakitic, al que además Luis Enrique castigó por admitir que le atraía la idea de jugar a las órdenes de Guardiola. El Barcelona se hizo largo, se Neymarizó, comenzó a jugar sin balón, rentabilizando los espacios y contragolpeando. Luis Suárez no extrañó la propuesta, ya que en el Liverpool y en Uruguay había jugado así, y ¿Messi?… Messi puede jugar al contragolpe, al tiqui taca o él solo contra el mundo.
Valverde heredó un equipo con Busquets desorientado, Iniesta planteándose su adiós y una clase media desheredada con Denis, Andre Gomes o Paco Alcácer. La salida de Neymar no fue una buena noticia, pero permitió al entrenador replantearse la rehabilitación del equipo con más normalidad. En estas primeras jornadas el Barcelona no ha deslumbrado, pero ha ganado puntos con cierta facilidad (por su pegada), al tiempo que implementaba en los jugadores el ideario grupal de juego. Ha reordenado al equipo en torno a un buen portero (Ter Stegen), dos centrales de garantías (Piqué y Umtiti) y un mediocampo con Busquets recuperado para la causa e Iniesta administrando su magia. En los laterales Jordi Alba va recuperando su nivel en la izquierda, mientras en la derecha duda de Semedo, lateral profundo en ataque y sospechoso en defensa. De partidos cuesta abajo. Por eso Sergi Roberto, el otro volante natural que debía jugar junto a Busquets e Iniesta, se echa atrás dejando a Rakitic en la medular. Paulinho les aporta músculo y llegada, algo que no tenían, mientras Denis y Andre Gomes aún deambulan por la pizarra.
Messi, que actúa de trescuartista haciendo gala al dorsal número 10 de su camiseta, arranca desde más atrás para normalizar la ocupación en el medio del campo. Al tiempo que Valverde busca un sustituto a Dembelé, compra desorbitada a la que Txingurri aún debe inocular la filosofía de La Masía. Del desborde y toque al toque y desborde. Hasta que regrese, Delofeu ocupa su puesto. Un jugador con más piernas que cabeza.
Sin embargo, el gran problema de este Barcelona es Luis Suárez. El uruguayo no se ha acomodado al rol que le toca desempeñar en este Barça coral y acumula toneladas de ansiedad en su juego. Lento y pesado, no acaba de ser el 9 de área que abrillante el juego azulgrana a un toque. Alcácer, jugador con ese don, se ha asomado en los últimos partidos con tres goles, lo que dibuja una sonrisa a Valverde. Pero la asignatura pendiente del técnico es activar al charrúa, que toma malas decisiones en sitios decisivos.
Este Barcelona no es un equipo exuberante como el Barcelona de Guardiola ni vertiginoso como el de Luis Enrique. Lo primero es complicado porque entre otras cosas no hay un faro como Xavi, lo segundo es imposible porque no le interesa lo más mínimo poner el equipo al servicio de otra MSN. Valverde está tejiendo un equipo, con todo lo bueno y malo que eso conlleva. Un grupo con una idea de fútbol que apuesta por volantes que se asocian en el medio y laterales que abren el campo, con un dibujo que tiene más de 4-4-2 asimétrico que de 4-3-3 descosido. Pero ese guiso no se cocina en horas.
Este Barcelona suma 31 puntos de 33 posibles en Liga, como el City de Guardiola. Solo cedió un empate y fue ante un rival directo como el Atlético en el Wanda. Es el máximo goleador con 30 goles (los mismos que el Valencia y ocho más que el Real Madrid) y el menos goleado con 4. Desde el empate en el Metropolitano, Valverde sólo extrae conclusiones positivas de los partidos, más allá de los puntos. «Los resultados son generalmente consecuencia del juego y no vamos a pedir disculpas por ganar. Nos preocupamos del juego, del once contra once». El sentido común del ex del Athletic ha devuelto la calma al vestuario y a un equipo que aún tiene margen de mejora. Decía Cruyff que «jugar al fútbol es muy simple, pero jugar un fútbol simple es la cosa más difícil que existe». En eso trabaja Valverde. Como una hormiga.