Los años no son nada. O no lo son, al menos, cuando compites contra ellos y contra una sombra demasiado alargada por la que corre tu misma sangre. En ausencia de Serena, Venus ha sido la encargada esta semana de perpetuar el apellido. La mayor de las Williams se plantaba en la final de Singapur siendo la finalista más veterana de unas WTA Finals con sus 37 primaveras superando el registro de Martina Navratilova: 36 años en 1992, cuando perdió contra Mónica Seles. La semana impecable en el torneo de maestras suponía la redención deportiva ante un año traumático en el terreno personal donde, cosas de la vida, ha alcanzado dos finales de Grand Slam (Australia y Wimbledon).
Imperturbable, casi insultante en su camino hacia el último cara a cara contra Wozniacki, Venus cosechó una única derrota ante Pliskova. La norteamericana le perdió el respeto a la juventud dejando en la cuneta a Jelena Ostapenko (20), Garbiñe Muguruza (24) y Caroline Garcia (24), jugadoras con protagonismo de ida y vuelta durante todo el circuito WTA de este año. ¿El secreto? «Me gusta mi trabajo, por eso estoy aquí», declaró.
La carrera de Venus no ha sido un camino de rosas. De hecho, vivir en segundo plano, casi en la melancolía, es lo que siempre la ha catapultado y le ha dado fuerzas. El pasado mes de junio se vio implicada en un trágico accidente de tráfico que le costó la vida a una anciano de 78 años. Venus lloró la pérdida como propia y alimentó su leyenda negra. Sin embargo, volvió a resurgir de las cenizas que la acompañan casi desde su infancia y apunto estuvo de alcanzar la que hubiese supuesto su tercera final de Grand Slam del año ante el júbilo del respetable de la Arthur Ashe.
Dejó dicho el bueno de Nietzsche, que la madurez del hombre es haber vuelto a encontrar la seriedad con la que jugaba cuando era niño, y Venus, durante toda la semana (y casi desde el US Open) nos recuerda que la belleza no envejece, madura. Cuando se reencuentra con ella misma y con su tenis, se olvida de que cualquier pasado fue mejor (o peor) y asume el presente como un desafío. Contra el tiempo, contra ella misma y contra todas esas sombras que la perturban. Un efecto que ojalá le durase para siempre.