Así sonó el Estadio Nacional de Lima la noche del diez de octubre. Así sonó el Perú: un grito mudo, silencioso, pero lleno de alivio, de ira, de ilusión. Un grito amortiguado por la realidad, como el agua que lo retiene, que lo convierte en tímidas burbujas que se pierden en la superficie. Paolo Guerrero –el líder, el capitán, el símbolo, la estrella- acababa de patear un tiro libre indirecto y David Ospina, probablemente sin querer, lo había convertido en gol con un manotazo tan felino como inocente. O eso es lo que queremos creer.
El Pacto de Lima no es un hito histórico que puso fin a una de las tantas guerras que tuvo que soportar América Latina para convertirse en el indescifrable monstruo que es ahora. Así llamó la prensa a esa suerte de acuerdo –tácito, queremos creer- al que llegaron las selecciones peruana y colombiana, y que suponía mantener el empate en los últimos minutos del partido. Radamel Falcao, un ícono de esta competencia y del fútbol mundial, con sus galones y su banda de capitán, no dudó en dar instrucciones a toda la línea defensiva de Perú. Un pacto de no agresión que sigue causando cierto revuelo, sobre todo en las selecciones que se quedaron fuera. Los chilenos piden que la FIFA revise el partido, pero lo más probable es que los intentos de la campeona de América se ahoguen como el grito de gol peruano. Pero no sólo bajo el agua; también en el olvido.
Cuando acabó el partido en Lima –un partido feo, tosco, en el que la selección peruana hizo lo que pudo para perder- nadie sabía muy bien cómo comportarse. Estaban, por supuesto, los optimistas: aquellos que sostenían que, tras treinta y cinco años de fracasos, la clasificación al repechaje era una razón más que justificada para tomar las calles. Estaban también los que intentaban contagiar mesura: había que celebrar con calma, ya que al fin y al cabo no habíamos logrado nada más que dar un paso. Y también los pesimistas, aquellos que se indignaron con el mentado Pacto, con la forma en que se consiguió el resultado. Guerrero se encontraba en el grupo de los cautos, y su rostro adusto después del partido lo ilustraba a la perfección.
«Había que celebrar con calma, ya que al fin y al cabo no habíamos logrado nada más que dar un paso».
Lo cierto es que Perú está en posición de clasificar a un Mundial después de treinta y cinco largos años, y de esto se tiene que hablar. El camino de esta clasificatoria ha sido largo, y, como en cualquier torneo de estas características, la blanquirroja ha tenido altos y bajos, ha tenido muy mala suerte y también se ha beneficiado de alguna decisión milagrosa (Bolivia inscribió a un jugador paraguayo y le regaló los tres puntos que Perú había perdido en La Paz). El seleccionador Ricardo Gareca ha hecho un buen trabajo con lo que ha tenido a la mano: manejó bien la salida de algunos referentes y tomó decisiones firmes con los jugadores que utilizó, muchos de ellos futbolistas del alicaído medio local. Perú no perdió ningún partido en el 2017, ni en Buenos Aires ni en Quito (donde ganó por primera vez), lo cual le sirvió para llegar al lugar en el que está. El mérito es de este equipo.
¿Qué le espera en Nueva Zelanda? Nadie lo tiene demasiado claro. La ciudad de Wellington queda a más de diez mil kilómetros de Lima. Los neozelandeses llegaron al repechaje tras superar una eliminatoria más parecida al fútbol semi profesional que a otra cosa, pero lo cierto es que puede ser un equipo duro. Cuenta con un par de jugadores con experiencia en la Premier League de Inglaterra (el central Andy Reid y el delantero Chris Wood), además de muchos futbolistas que militan en la MLS de los Estados Unidos. Y poco más.
Hombre por hombre, la selección peruana es bastante más competitiva, teniendo en cuenta, además, que está acostumbrada a enfrentar a grandes selecciones como Argentina, Brasil o Colombia, mientras que su próximo rival supera con cierta holgura a las Islas Salomón o Fiji. Sin embargo, Perú tiene un par de asuntos en contra: uno de ellos es lo poco que conoce a su próximo rival, aunque Nueva Zelanda puede quejarse de lo mismo.
El otro problema que enfrentará Perú es el cansancio que se producirá después de los viajes de ida y vuelta a la lejana Oceanía. Veinte horas de ida, aclimatación y partido; veinte horas de vuelta, aclimatación y partido. Perú tendrá que hacer la vuelta al mundo en cinco días, entre el 10 y el 15 de noviembre, mientras que Nueva Zelanda solo tendrá que aclimatarse una vez. Trascendió que ambas federaciones sugirieron estas fechas. Lo que no trascendió es en qué estaban pensando los directivos peruanos. Como si a esta selección le faltaran obstáculos.
Treinta y cinco años después, nos encontramos de cara a la historia. En el papel, Perú es el favorito. Pero el triunfalismo que se respira en la prensa y en la calle es tan preocupante como el que campeó antes de enfrentar a Colombia. Un reportero del canal que transmite las eliminatorias, antes del último partido en Lima, sostenía que nunca había visto el Nacional tan lleno –lo cual era absolutamente falso; el Nacional se llenó en cada jornada-, y tenía el cuajo de solicitar a los jugadores un grito de guerra, como si esto ya estuviera definido, como si Colombia fuera un trámite, como si ya hubiéramos ganado. Después, el partido fue lo que fue: una selección peruana víctima del pánico escénico, un público complaciente y silencioso, un fino gol de James tras un error de la zaga y luego un milagro, un zarpazo de Paolo y un manotazo ingenuo de Ospina, un vómito de alivio del adormecida alma peruana, tan definida por la derrota, tan acostumbrada a la depresión.
El grito silencioso del Nacional, el puño cerrado del Perú, el ceño fruncido de Paolo: a eso se ha reducido este país, tan golpeado por la historia, a la incertidumbre en que nos sumerge la esperanza. Quienes sólo hemos visto a nuestra selección fracasar –que somos muchos, quizás la mayoría- aún nos levantamos por las mañanas y nos preguntamos si esto ha sido sólo un sueño. Si lo ha sido, esos hombres de metro noventa que nacieron un poco en medio de la nada, ilustres desconocidos, a miles de kilómetros de nosotros, pueden convertirlo en una pesadilla. Todavía falta mucho.