Las horas antes del partido las utilizamos algunos para limpiar nuestra mente calenturienta. Los hechos nos quitaban la razón y el miedo. El Real Madrid había sido recibido en Girona entre suspiros de admiración y con Florentino Pérez convertido en el General McArthur, liberador de Filipinas. No se apreciaba la menor tensión en el ambiente. Lucía el sol, cantaban los pajarillos y el domingo transcurría con tanta tranquilidad que nos convencimos de que la vida común se termina por imponer a cualquier hecho extraordinario. Lo cotidiano es una apisonadora. Y, además, son fiestas en Girona. Desde primera hora de la mañana se habían sucedido las actividades lúdicas: concurso de soldaditos de plomo, desfile de cabezudos, misa pontifical, guiñoles, castellers y fútbol. En definitiva, la feliz pachorra de los domingos de feria.
Hasta que el Girona marcó el segundo gol. En ese instante, el partido pasteurizado adquirió toda la carga simbólica de que la se había librado naturalmente. De pronto, la metáfora de David y Goliath se quedó corta y en el puchero del fútbol se arrojaron las referencias políticas, las bromas inevitables y los paralelismos osados. La victoria del Girona se vinculó al proceso de independencia, cómo no, y la derrota del Madrid se tomó por una derrota del gobierno opresor. En la mayor parte de los casos se hizo con buen humor y toca agradecerlo, pero se hizo. Y según escribo no me cuesta imaginar la decepción de algunos políticos y la algarabía de otros que no tenían previsto que el fútbol se les colara en la agenda. Véase el tuit del president Puigdemont…
La victòria del @GironaFC sobre un dels grans equips del món és tot un exemple i un referent per a moltes situacions. ?
— Carles Puigdemont (@KRLS) October 29, 2017
Tal vez sea producto de mi mente calenturienta, pero tengo la sensación de que el partido fluctuó de lo radiactivo a lo inocuo y de lo inofensivo a lo atómico sin que sepa decir quién tuvo más responsabilidad en lo ocurrido, si el Girona o el Real Madrid. Probablemente debamos reconocer el papel principal del campeón de Europa. Marcó primero y se asomó bastantes veces a la portería contraria con la intención de dar carpetazo al asunto. Sin embargo, esa actitud sanamente ofensiva no se acompañó jamás del mínimo rigor defensivo; escribo «despelote» y el corrector me reconviene a «desplome», lo dejaremos ahí.
Nunca resultó más fácil atravesar el mediocampo del Real Madrid. La prueba más palpable es que el gol de Isco fue la continuación de un balón que el Girona estrelló en el palo. Y hubo otros maderazos que consignar. Todo ello sin que el Madrid se diera por aludido, como si fuera uno más de los vecinos o forasteros que se disponen a celebrar las fiestas de Sant Narcís, todo por delante y nada por detrás. Muy hippy, muy naturista y muy imprudente.
El Girona empató porque Stuani no es tan viejo (31) ni tan torpe como alguna gente piensa. Y el Girona volvió a marcar porque el Madrid ya tenía la cabeza en otra parte. De repente, entendió que aquella no era su tarde. Con la única excepción de Isco, el equipo se sintió como un niño con pantalones de franela, tan incómodo. Pensó que en media hora podría remontar y se equivocó. Creyó que podría empatar en los últimos cinco minutos y volvió a fallar. El Girona ya estaba movido por la fe, el entusiasmo y la historia. Nunca antes había recibido al Madrid en su estadio, nunca antes le había ganado. Vivimos en la época del nunca antes.
Para el próximo sábado se anuncia en Girona un campeonato de Botifarra (juego de cartas, no delicioso embutido) que será el momento culminante los torneos populares. Para la pareja ganadora se reserva el siguiente premio: dos jamones ibéricos y dos cajas de botellas de cava. Ahí está la reconciliación de mil sensibilidades que confluyen en una sola, en la pata de cerdo y en el zumo de uva. Hasta entonces, habrá que seguir removiendo el puchero, con el mundo a la espera y el Madrid a ocho puntos del Barça.
Puigdemunt no es presidente de nada, bueno, alomejor de su comunidad de vecinos