Sin pretenderlo, el Real Madrid se encuentra en mitad del huracán independendista. El domingo jugará en Girona, reconocida como la capital del separatismo catalán, la ciudad que lanzó la carrera política del president Carles Puigdemont, alcalde entre 2011 y 2016. Por si no fueran suficientes turbulencias, el 23 de diciembre disputará en el Bernabéu el Clásico contra el Barcelona, sólo 48 horas después del día fijado por Mariano Rajoy para las elecciones catalanas.
Pero no adelantemos acontecimientos. De momento, lo que le toca es visitar Girona. Para comprobar la implantación del independentismo en la ciudad sólo hay que retrotraerse a las últimas elecciones municipales (septiembre de 2015): Junts pel Sí y la CUP, los partidos que defienden la independencia, aglutinaron el 70% de los votos. El hecho no tendría mayor relevancia deportiva si no fuera por los acontecimientos de las últimas horas. Nada más declarar el Parlament la independencia unilateral fue retirada la bandera de España del Ayuntamiento de Girona y de la Delegación de la Generalitat. En cada caso, se atendió a las peticiones de los cientos de manifestantes que habían salido a celebrar la independencia. También hubo concentraciones a las puertas de la Delegación del Gobierno.
Mientras todo esto sucedía, los organismos deportivos competentes pedían tranquilidad y aseguraban que el partido entre el Girona y el Real Madrid no corre peligro. En principio, se mantiene la tradicional comida de directivas y se espera que Florentino Pérez acuda al palco. A quien no se espera, de momento (ya sería el acabose), es a Puigdemont, socio de honor de un club al que vinculó directamente con la independencia al afirmar que el ascenso había demostrado que “no hay sueños imposibles”. El president sí estuvo en el palco cuando el Barcelona visitó Montivili.
A pesar de los esfuerzos por transmitir normalidad, la situación es especial por lo que tiene de imprevisible. La seguridad en torno al partido se complica todavía más porque Girona celebra las fiestas de San Narcís. En ese ambiente, y para evitar incidentes, el Real Madrid ha descartado utilizar el autobús oficial, decorado con el escudo del club.
Del simbolismo del partido también participa el Girona FC. El club es propiedad de Pere Guardiola (44,3%), hermano de Pep, y de la corporación City Football Group (44,3%), que pertenece al jeque Mansour bin Zayed, propietario del Manchester City. Esta alianza ha sido cuestionada por medios ingleses, que temen que el triángulo que forman los Guardiola, el dinero de Abu Dhabi y el Girona roce la ilegalidad. Aunque el reglamento de la FA no rige fuera de Inglaterra, entre sus normas se especifica la prohibición de que un intermediario tenga intereses en un club o de que un club participe de los negocios de un intermediario. Pere Guardiola, copropietario del Girona, es director de la agencia de representación Media Base Sports y tiene en su cartera, entre otros, a Luis Suárez, Andrés Iniesta y su hermano Pep.
Si conseguimos abstraernos del ruido, es solo un partido de fútbol. Si le buscamos connotaciones extradeportivas las encontramos todas. El Real Madrid, un equipo que para muchos aficionados es una representación del centralismo, visita la capital del separatismo catalán sólo dos días después de la declaración de independencia. La identificación de su rival con el guardiolismo, ya sea por por vía de sangre o de City, completa el morbo.
El círculo no se cerrará hasta el 23 de diciembre. El primer Clásico liguero de la temporada llegará acompañado del eco de las elecciones catalanas, previstas para el día 21. Como desde hoy y hasta entonces España puede dar varias vueltas de campana, recomendamos que no pierdan esta sintonía, seguiremos informando.