La sentencia definitiva llegó el 13 de octubre. Ese viernes, Bob, el hermano silencioso -como aquel ‘silent Bob’ de la ‘Clerks’ de Kevin Smith y de Miramax-, puso a su hermano Harvey al pie del cadalso en una entrevista en ‘The Hollywood Reporter’: “No tenía ni idea del tipo de depredador que era mi hermano. Yo también fui víctima de sus abusos físicos y verbales. Tengo un hermano indefendible y loco. Escribiré a la Academia para pedir su expulsión”. Al día siguiente, la Academia echaba a Harvey Weinstein y ratificaba el ocaso del ‘mayor hijo de puta de Hollywood’.
Atrás quedaban más 30 años de éxitos, cine, intrigas y silencios. Más de tres décadas desde que los hermanos Bob y Harvey Weinstein fundaran Miramax en Nueva York en 1979. La compañía, dedicada en un principio a la distribución de películas europeas y de bajo coste, encontró un filón en el emergente cine independiente que iniciaba su viaje por las pantallas estadounidenses.
Inicio o final de una línea rematada por el incipiente festival de Sundance liderado por Robert Redford, como bien cuenta Peter Biskind en su libro ‘Sexo, Mentiras y Hollywood’, Miramax y los Weinstein distribuyeron mucho y buen cine europeo – ‘Cinema Paradiso’, ‘El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante’, ‘La doble vida de Verónica’, ‘Delicatessen’…- mientras intentaban adentrarse en la producción.
Siempre con Harvey como cara del ‘enterteinment’, dos hitos marcaron el despegue de Miramax como gran protagonista del nuevo Hollywood. Uno fue la Palma de Oro de Cannes ganada en 1989 con ‘Sexo, mentiras y cintas de vídeo’ de Steven Soderbergh, uno de sus directores fetiche. El otro, el flechazo entre Harvey Weinstein y un dependiente de videoclub llamado Quentin Tarantino.
Weinstein creyó en él y en un producto tan sospechoso en aquella época como ‘Reservoir Dogs’. Y ya Harvey mostró con Tarantino una de sus odiosas facetas, la de intentar dominar las películas a su antojo, lo que le valió el nada agradable apodo de ‘Harvey Manostijeras’. El productor quiso cortar una de las más famosas escenas del filme, aquella en la que Michael Madsen tortura a un policía al ritmo de ‘Stuck in the middle with you’. El director, creyéndose John Ford (o Dios) sin siquiera haber estrenado, ganó el pulso, mantuvo su montaje y se ganó para siempre al irascible Harvey.
‘Reservoir Dogs’ se estrenó en 1992 y fracasó en Sundance por su violencia, pero abrió la época dorada de Miramax en la industria. Con Bob en el discreto espacio de la filial Dimension Films –responsable de grandes blockbusters como ‘Scream’– Harvey acapara el foco de Miramax y traza su nuevo plan maestro. No sólo quiere buenas películas, quiere películas que ganen Oscar y no importa el dinero que haya que gastar para conseguirlos.
Acuciados por la falta de liquidez, los Weinstein venden Miramax a Disney en 1993 por 80 millones de dólares, pero Harvey sigue manejando el cortijo a su antojo. Comienzan las grandes campañas de distribución, comunicación y márketing. Con el frenesí de dólares llega el espaldarazo con el tremendo éxito de Pulp Fiction (Quentin Tarantino, 1994) y el primer Oscar a la mejor película con ‘El paciente inglés’ (Anthony Minghella, 1996).
Harvey Weinstein está en la cima del mundo y dos años después, en 1998, llega su coronación al conseguir que una peliculita como ‘Shakespeare in love’ (John Madden, 1998) arrebate el premio como mejor cinta del año a ‘Salvar al soldado Ryan’ (Steven Spielberg, 1998). Una demostración de poder y dinero de la que Steven Spielberg aún no se ha recuperado.
No obstante, los rumores sobrevuelan la figura del todopoderoso productor, generoso donante del Partido Demócrata y conectado con las altas esferas de la política. Tanto es así que hasta ‘El séquito’, la popular serie de HBO acerca de las tripas de Hollywood, construye un personaje basado en sus arrebatos de ira, Harvey Weingard. El afectado, fiel a su estilo, descuelga el teléfono y amenaza con matar a todos los productores de la serie si no retiran el personaje.
Harvey está en la cima de Hollywood, la cúspide de un éxito que opaca, con el silencio de unas y el disimulo de otros, el lodazal en el que andaba ya retozando. Tal y como han publicado ‘The New York Times’ y ‘The New Yorker’, ya en aquella época el mayor de los Weinstein cometió abusos bajo un patrón ahora desvelado.
Jóvenes actrices que pretendían abrirse paso en el mundo de la interpretación, ficticias reuniones en habitaciones de hotel, leoninos contratos de confidencialidad, acuerdos millonarios para evitar denuncias… La revista ha llegado a hablar incluso de violaciones. Y todo con la connivencia de otros –asistentes y empleados conocedores de los hechos– en un montaje basado en la complicidad, el miedo, el abuso de poder y el chantaje.
La lista, abierta por las declaraciones de Ashley Judd y de la italiana Asia Argento, no para de crecer. «Las mujeres hemos hablado entre nosotras sobre Harvey mucho tiempo y es más que hora de tener la conversación públicamente», dijo Judd.
Desde ese testimonio, Rose McGowan, Mira Sorvino, Rosanna Arquette, Gwyneth Paltrow, Romola Garai, Katherine Kendal, Angelina Jolie, Kate Beckinsale, Liza Campbell, Lauren Silvan, Léa Seydoux, Eva Green… Y así hasta casi la cincuentena. Harvey, que ha reconocido sus problemas, alega por medio de sus abogados que algunas de estas relaciones fueron consentidas, algo que no admite ninguna de las afectadas.
Y al otro lado ellos, actores, directores, productores y amigos que no terminan de definirse. Quentin Tarantino, su niño bonito y novio durante años de una de las denunciantes, Mira Sorvino, , no abrió la boca, avergonzado, hasta que se vio obligado a confesra que sabía de los apaños de Harvey desde hace años e hizo “mucho menos de lo que debería haber hecho”; Oliver Stone, su rival en los negocios, optó primero por la tibieza de “esperar a un juicio” hasta que el mundo se le vino encima y alabó “el coraje de las denunciantes”; Woody Allen se puso de perfil y apuntó que “es trágico para las pobres mujeres afectadas y triste para Harvey, cuya vida está arruinada”.
Nadie más contundente que el silencioso hermano Bob, que apoyó sin ambages el despido de su hermano de la Weinstein Co –la compañía que fundaron en 2005 tras su marcha de Miramax y de Disney- y le abrió las puertas del infierno con sus declaraciones a ‘The Hollywood Reporter’. Un infierno en vida para “el mayor hijo de puta de Hollywood”, un sobrenombre que ya no guarda en secreto ninguno de los que llevaban haciéndolo treinta años.