Siete victorias consecutivas, diez goles marcados en dos jornadas (octava (seis al Betis) y novena (cuatro al Sevilla), ningún partido perdido tras diez disputados en Liga, paz institucional, armonía en el vestuario… Si no se ve, no se cree. Marcelino García Toral ha dado un volantazo al Valencia derrotista en la pasada temporada, para convertirlo en candidato directo al título liguero, ubicado en una ilusionante segunda plaza en pugna con el Barça. La receta ha sido tan simple como radical: mano dura, autoridad única, disciplina y una idea clara de juego: “Llegar al área contraria con cuatro pases antes que con ochenta”.
Miremos hacia atrás: el Valencia necesitó cuatro entrenadores para salvarse de caer al infierno in extremis la pasada campaña. Neville, Ayestarán y Prandelli dejaron en estado de coma al equipo en año y medio, salvándolo del desastre Voro en las últimas jornadas. En plena zozobra, Mateo Alemany asumió el poder frente a Alexanco y señaló con el índice a su elegido para reflotar el barco, Marcelino García Toral, que llevaba en el paro seis meses después de regañar con Fernando Roig en el Villarreal, a cuento de un partido turbio frente al Sporting en El Molinón. El mister asturiano no aceptó sospechas y dio carpetazo.
Marcelino dijo ‘Sí’ con una sola condición, que no era poca cosa: “Aquí mando yo”. Fue la fórmula con la que colocó al Villarreal por tres veces en Europa y que hizo confiar a Alemany. Ni siquiera se le consultó a Peter Lim la contratación del que ha sido su sexto entrenador desde que puso el dinero para mandar en el Valencia. Alemany y García Toral formaron el tándem del todo o nada, de la apuesta final para resucitar al Valencia. Apenas tres meses después de arrancar la Liga, tras unos titubeos iniciales propios del desajuste, en Mestalla se frotan los ojos ante la evidencia: el equipo vuela, los resultados llegan y se puede soñar con volver a hacer historia, como sucedió en tiempos de Rafa Benítez (2002-04).
¿Qué tiene este nuevo Valencia? Esencialmente la confianza que ha inyectado Marcelino desde la disciplina y el buen hacer en el vestuario. No hay camarillas, hay líderes (Parejo es la columna central). No hay órdenes cruzadas, hay un criterio que emana del entrenador. Hay una piña de futbolistas con conceptos tácticos claros y sencillos: orden, trabajo de noventa minutos, manejo rápido del balón en las transiciones y remate letal en las figuras de Zaza (9 goles) y la revelación Rodrigo (6 dianas), uno de los delanteros de la temporada.
Un gran club como el Valencia merecía esta vuelta al éxito. Por su masa social, por su historia, por su tradición en el fútbol español y europeo, los de Mestalla han regresado donde debían de la mano de un entrenador riguroso como es Marcelino. Ha conseguido una paz social excepcional, el consenso prácticamente unánime de una afición que, desengaño tras desengaño, estaba más que quemada y por ello muy exigente. El técnico tiene a la plantilla en su punto de forma y de concentración. Con 27 goles en diez encuentros, la media por partido se traduce en un fútbol ambicioso, ganador, capaz de pisar en cualquier campo con aspiraciones, como lo hizo en el Bernabéu (2-2).
El ritmo del Valencia permite hablar de un candidato al título de Liga, siempre que aguante el duro tirón de después de Navidad. Aunque quizás tenga su más inmediato examen de graduación en la jornada trece, a finales de noviembre, cuando el Barça visite Mestalla. En partidos como este es donde Marcelino puede hacer soñar a la afición con algo grande.
Pues si. Un entregado al deporte que se ha dejado mas de media vida en este ámbito. Una gran.persona y enorme profesional.