El Club de los Poetas Muertos fue una película que para los que nacimos alrededor del año 1970 significó una especie de epifanía, un anuncio de que teníamos una voz propia que merecía ser escuchada. Una de las mejores escenas de la película era aquella en la que el Sr. Keating se dirigía a un joven tímido escondido detrás de su pupitre: “Sr. Anderson, le veo muy agobiado. Vamos Todd, salga aquí, acabemos con esa angustia … Yo creo que lleva algo dentro de usted de gran valor”.
Los entrenadores también despiertan vocaciones, actúan como escultores de jóvenes que necesitan saber en qué son buenos mientras hacen realidad el efecto Pygmalión. Así ha sucedido siempre y así sucederá, por lo que Karim Benzema no podía ser una excepción.
En el año 1996 alguien se fijó en ese niño de párpados caídos que nunca se metía en broncas. Jugaba al fútbol en un modesto equipo local de la región francesa del Ródano y entendía este deporte como si se tratara de una partida de ajedrez. Jugaba con anticipación, sabía lo que sucedería tres movimientos más allá, pasaba el balón y apostaba que acabaría en jaque mate o en gambito de dama. Se trató la cuestión de que pudiera jugar con un gran club, el Olympique de Lyon, a lo que sus padres no pusieron obstáculo alguno.
– “¿A cuál de mis nueve hijos se quieren llevar?”, debió preguntar el padre.
– “Queremos que sea Karim. Creemos que lleva algo dentro de gran valor”, pudo responder el ojeador.
Karim fue ascendiendo de categoría hasta que a los 18 años debutó en Primera División, en donde durante las siguientes temporadas demostró que sería posible que el mismísimo Real Madrid descolgara el teléfono. Fue en el verano del 2009, aquel en el que llegaron al equipo dos nombres que convirtieron al francés en invisible: Cristiano Ronaldo y Kaká.
Ya casi nadie lo recuerda, pero la entrada de Benzema en el Real Madrid puso de manifiesto un problema de muy difícil solución: el imberbe jugador francés quería llevar el número 10 en su camiseta. Para entender su deseo de alejarse de la portería contraria basta con recordar la delantera de aquel equipo: Raúl, Higuaín, Cristiano Ronaldo y Van Nilsterooy. Hacerse un hueco en esa posición era más improbable a que te cayera un rayo en un día soleado mientras estabas viajando en un vagón del metro.
Pero Benzema no pensaba en probabilidades, él quería el número 10 porque era el dorsal que llevaba desde niño pegado a su espalda. Además, el número 10 representaba la posición que él quería ocupar en el campo. Karim era el chico de las asistencias, el que trataba la pelota con suavidad, el que prefería abrir espacios antes que abrir el marcador. Claro que metía goles, pero sólo porque había ocasiones en las que él estaba delante del portero sin nadie a quien pasar la bola. En esos casos no le quedaba más opción que rematar, lo cual le hacía entender el gol como un defecto de su posición en el campo, al igual que los arquitectos de la Bauhaus entendían los adornos en las fachadas como un defecto imperdonable de la construcción.
Juzgar a Karim Benzema por el número de goles equivale a juzgar el iPhoneX por el número de minutos que aguanta bajo el agua. Reconozcámoslo, un iPhoneX es mucho más que un reloj sumergible, del mismo modo que el fútbol es mucho más que meter goles. Tal y como Benzemá entiende este deporte, limitarse a introducir un balón en una portería le colocaría muy abajo en la escala de la evolución. Los goles son el chimpancé, mientras que la visión de juego y el trazado matemático de los pases son Adán y Eva.
En aquella película, cuando el profesor anima al alumno a que se muestre tal y como es, Todd Anderson acaba diciendo:
“La verdad es como una manta que te deja los pies fríos”.
La gran contribución de Karim al Real Madrid viene representada por la manta, aunque su falta de gol deje a los aficionados con los pies fríos. Él lo sabe y se empeña en demostrar que no está aquí para hacer hat-tricks, aunque de vez en cuando no le quede más remedio que meter un gol. Pero si le dan a elegir, el gol favorito de Benzemá es aquel en el que participa como autor intelectual, aunque el autor material del mismo se llame Marcelo Vieira da Silva. Porque el chico de párpados caídos que no se mete nunca en broncas sabe que en esos goles que regala a sus compañeros lleva puesta su camiseta con el número 10.
Benzema es como lo describes, una manta que te deja los pies frios y como los aficionados de este equipo (no todos) solo se fijan en la sensación de los pies, no pueden ver el gran valor que tiene en el campo. Aun así, aunque me contradiga un poco, la posibilidad de que hiciera gol seria algo que haría a este jugador, un excelentísimo delantero centro, ya que ha pesar de ser un centro-campista, le ha tocado jugar en esa posición y tiene apañarsela para sacar el 100% de la productividad en el campo.
Buen articulo y te veré en tu próximo artículo!
Gracias Juan, me encantará conocer tus próximas opiniones. ¡Un abrazo!
Muy buen articulo, genial la frase de » aunque de vez en cuando no le quede más remedio que meter un gol »
Para otro articulo sería los requisitos que le pedimos al 10. porque a Isco por ejemplo le pedimos lo que hace Benzema ( creatividad ) + que meta 15 goles en cada temporada +que ayude a defender…
Lo de saltarse compromisos es malo para sobre todo el equipo. vease por ejemplo que la mejor epoca del barsa fue aquella en la que Etoo y Messi perseguian a los defensas para que perdieran la bola cerca de su porteria.
Buen artículo. A mí Benzema siempre me ha recordado a Butragueño, y nunca entendí porqué no lo tiene el madridismo entre sus favoritos. Un gol cada dos partidos sin faltas ni penalties son números estupendos.
¡¡Pensar que no llevó el 10 porque lo ocupaba Lassana Diarrá!! Ese año llevó el 11. El 9 era Ronaldo y el 7 Raúl. Al año siguiente CR y Karim tomaron sus dorsales habituales.