Suele pasar todos los años en esta última semana de octubre. Aparecen por el calendario los partidos de ida de los dieciseisavos de la Copa del Rey, ésa en la que entran por primera vez los equipos de competiciones europeas. Y año tras año se vuelve a hablar de la inutilidad de este sistema de competición a doble partido, de estas eliminatorias que nacen muertas, de una ronda de Copa en la que se celebra más el sorteo que las victorias.
Este año al Barcelona le tocó el Murcia y el club de Segunda B lo festejó hasta que apareció por allí un inspector de la Agencia Tributaria con la nota escrita de que la taquilla se iba a quedar en las oficinas administrativas y no en el coqueto estadio murciano. Todo son penas para los pobres.
Y como la eliminatoria no se podía suspender, allí se presentó el Barcelona para cumplir su propio expediente administrativo. Y lo hizo con puntualidad y sin alardes, con una mezcla de titulares, suplentes, desahuciados y promesas.
Con apenas 48 horas de descanso, el Murcia puso brío hasta que se agotó e incluso pareció animarse a buscar algo que llevarse a la boca, impensable de todo punto desde el minuto cero. La alegría duró hasta que el Barça se desperezó al final de la primera parte con un gol de Alcácer, que al menos le sirve para celebrar uno esta temporada.
Lo de después del descanso apenas sirvió para que Deulofeu matara el partido y el canterano José Arnaiz se destapara con un gol de tronío en apenas diez minutos. Con tres tantos en la bolsa, la última media hora no más valió para que la gente comentara lo aburrido que será el partido de vuelta. Es lo que tiene la Copa en octubre.