Definitivamente, el Atlético de Madrid no carbura. No lo hace y quizá no estalle su burbuja porque en su condición de equipo grande, adquirida en los últimos años, sabe encajar bien. El Atlético ya no tiene mandíbula de cristal ni se muestra como boxeador que ha aprendido a caer. El Atlético resiste en pie y aguanta los golpes, aunque estos lleguen provocados por las instrucciones salidas desde su propia esquina.

El partido frente al Villarreal mostró de nuevo las dudas en las que anda metido Simeone. Unos temores para con su equipo que se multiplican exponencialmente en cuanto se ve por delante en el marcador, momento en el que al técnico argentino le falta tiempo para batirse en retirada. Algunos dirán que es el estilo, que se le sale por los poros al Cholo, pero todo se basa en la inseguridad. Pasó frente al Barcelona (1-1), pasó frente al Celta (0-1), pasó frente al Qarabag (0-0), pasó frente al Elche (1-1) y volvió a pasar frente al Villarreal (1-1).

Y seguirá pasando mientras el Atlético no recupere la contundencia en el juego y la confianza en el modelo de las que tanto presumía antaño y tan bien le hizo. Frente al correcto nuevo Villarreal de Javi Calleja, invicto en Liga desde la marcha de Fran Escribá, al equipo rojiblanco se le volvieron a ver las costuras, sobre todo en un centro del campo en el que Gabi ya no está para grandes batallas, Thomas no termina de dar un paso al frente y la falta del hombre que asuma el mando y clarifique el juego es palmaria.

La única buena noticia que dejó la tarde para el Atlético fue la confirmación de que le ha nacido una estrella. Ángel Correa enseñó de nuevo todo el catálogo de virtudes que se le adivinaban desde que llegó, y que esta temporada está mostrando partido a partido. Con Griezmann en su duermevela habitual, sobre el argentino pivotó todo el ataque. Su actuación tuvo premio en el minuto 60 con un golazo al primer palo de Barbosa precedido de un control orientado sólo imaginable para los elegidos.

Un gol que premiaba la superioridad de los de Simeone en esa primera hora. Un gol que activó los jugos gástricos del técnico argentino, que, sin sentido ni justificación, volvió a tirar el equipo atrás ante el asombro de un Wanda Metropolitano donde el run-run comienza a ser un grito.

Ante la retirada, e invitado de nuevo a la pelea, el Villarreal – qué magnífico jugador es y cuánto promete el mediocentro Rodri– buscó un premio que quizá no merecía hasta entonces. Y lo encontró donde más le duele al Atlético, el balón parado. Lo que antaño era alternativa se ha convertido en temor este ejercicio.

Un saque de esquina al corazón del área pequeña le bastó a Bacca para desnudar a la defensa rojiblanca y arañar un punto, otro más en este aciago mes de octubre para un Atlético, para un Simeone, que se ha echado atrás en espera de un enero que todos vislumbran como la tierra prometida. Pero hay que llegar vivos.

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