Si el gol es la salsa del fútbol, hay un puñado de cocineros de primer nivel (muchos merecedores incluso de alguna estrella Michelín) que no condimentan sus guisos. Delanteros que lucen el dorsal número 9 más por obligación que por convicción cuya relación con el área tiene más de territorialidad que de identidad. Arietes, o así al menos les delata su demarcación, que tienen una traumática relación con el gol.
A lo largo de la historia han sido muchos los atacantes que no han congeniado con el gol. El más icónico, por lo que suponía dentro del ecosistema en el que se movía, fue Serginho, el 9 de aquel Brasil del Mundial del 82 que estaba rodeado de jugadores como Sócrates, Zico, Éder, Falcao, Toninho Cerezo, Jorginho… Pero arriba jugaba aquel armario, paradigma del 9 sin gol.
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La historia ha querido que hubiera otros de un perfil similar, jugadores de área a los que se hacía de noche cuando se plantaban ante el portero. Entre ellos destaca Gonzalo Higuaín, un joven que llegó de River al Real Madrid con apenas 20 partidos en la Primera. Segundo punta en los millonarios, se reconvirtió forzosamente a 9 en el Bernabéu y comenzó a fraguar su leyenda como 9 fallón. Ha marcado muchos goles, pero erró en los momentos cumbre de su carrera. Especialmente cuando vestía la camiseta de Argentina, lo que le ha granjeado en su país la fama de ‘mufa’ (gafe). Sampaoli decidió dejar de convocarlo cuando se hizo cargo de la albiceleste.
Otros ilustres delanteros sin gol con un perfil distinto, más parecido al de Benzema, han sido Patrick Kluivert o Kiko Narváez. 10 disfrazados de 9 que emparentaban mejor con el balón que con el gol. Hombres de área más generosos con sus compañeros de lo que suele ser un finalizador. No eran killers, pero tenían un trato de balón exquisito inusual para jugadores que se alineaban en su posición. Kiko jugaba de espaldas mucho y alternaba con Penev, otro 9 con más colmillo. Kluivert chorreaba fútbol, muy al modo de la escuela holandesa, con delanteros como Van Basten o segundos puntas como Bergkamp. Un 9 alto, elegante y fino. Pero sin gol. Y sin gol, no hay paraíso.
Butragueño fue algo así. Por suerte llegó Hugo Sánchez y se encargó de meter goles de todos los colores